Bestiario de Francisco Toledo y Jorge Luis Borges

Elena Poniatowska

D.R. © Francisco Toledo, A Bao A Qu, 1983, acuarela y tinta sobre papel. Foto: D.R. © Jorge Vértiz, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.

A muchos grandes escritores les ha fascinado crear y consignar su bestiario. Jorge Luis Borges inventó a la anfisbena, el Bahamut, el borametz, el Burak, el Garuda, el kraken, el Mantícora y el mirmecoleón, que es un león con cara de hormiga. Julio Cortázar, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Rosario Castellanos, Edgar Allan Poe con su The Raven, El cuervo, o Dante Gabriel Rosetti retrataron animales reales, comunes y corrientes. Rosario y José Emilio, cada uno a su modo, definieron al sapo. José Emilio, por ejemplo, escribió:

El sapo,
hermoso a su manera,
lo ve todo
con la serenidad
de quien se sabe destinado al martirio.

Además del Tejoncito maya, Rosario nos dio La velada del sapo al que ve sentadito en la sombra, con los párpados hinchados, “frío de repulsiva sangre fría”, y lo comparó con un corazón desnudo porque palpita y provoca miedo al aparecerse de repente. Desde joven, nuestro bien amado José Emilio Pacheco hizo su bestiario, y Jorge Esquinca recogió “el largo aullido del lobo al fondo del jardín” en su Álbum de zoología, en el que José Emilio también nos habla de escorpiones y hormigas y se deshace en angustia por el llanto del cerdo a la hora en que el carnicero le encaja el cuchillo. Circe, la hechicera que convertía a los hombres en cerdos, distinguió a José Emilio y el poeta aceptó sus condiciones de embrujo:

Circe, amor mío, cuánta paz y felicidad sabernos
nada más cerdo. No ambicionar
la aprobación de nadie,
no suplicarle a nadie: entiéndeme
tienes que comprenderme, soy falible, perdóname.

En una de las estrofas de este bestiario, José Emilio pondera a los zopilotes, “esa variante regional del buitre”, que limpia la tierra de plagas y epidemias mortales y les da las gracias como se las da a los trillones de hormigas, criaturas prodigiosas por su capacidad de resistencia.

D.R. © Francisco Toledo, Fauna de los Estados Unidos, 1983, acuarela y tinta sobre papel. Foto: D.R. © Jorge Vértiz, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.

A muchos grandes escritores mexicanos, los amarraron al mástil de la zoología, la química y la biología. Ahora, la Galería Arvil de Armando Colina y Víctor Acuña, grandes promotores de arte en México, y la revista Artes de México, de Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, vuelven a recoger los textos de los tres escritores desaparecidos: Borges, Carlos Monsiváis y José Emilio, acompañados por Francisco Toledo, el que lo sabe todo del reino animal, el que tiene el vientre lleno de cantáridas, el que ha visto copular a las hormigas y las ha imitado, el que ama el amor de las parejas pares como no se atrevió a hacerlo López Velarde, el que atrae a su pareja como el escorpión que levanta su dardo, el que duerme en el caparazón de una tortuga, el que se alimenta de chapulines y sabe que todos somos monos, como muy bien lo dijo José Emilio Pacheco al escribir:

Cuando el mono te clava la mirada
estremece pensar si no seremos
su espejito irrisorio
y sus bufones.

El primer bestiario, el de Borges, el Manual de zoología fantástica en el que colaboró la misteriosa Margarita Guerrero, se terminó en 1954 y lo publicó en 1957 el Fondo de Cultura Económica de Arnaldo Orfila Reynal. (Cuenta José Emilio que en la Librería Zaplana lo compraron él, Monsiváis y Pitol por nueve pesos con cincuenta centavos).

De que la sabiduría y la prosa de Jorge Luis Borges son un prodigio no nos cabe la menor duda. Gracias a él le perdemos el miedo al dragón porque sabemos que es necesario, pues “algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres”.

La Galería Arvil empezó siendo una pequeña librería en la Zona Rosa en la que mariposas y canarios femeninos recibían muy bien a curiosos y a posibles compradores. Allí se podían escuchar discos y ver obras de arte de Francisco Toledo, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, Leonora Carrington, el Doctor Atl, María Izquierdo, Tina Modotti, Lola Álvarez Bravo y Mariana Yampolsky, la autora del extraordinario libro de fotografías La casa en la tierra. Carlos Monsiváis reconoció desde el primer momento la creatividad e inteligencia de los Arviles (siempre estupendamente bien trajeados a diferencia suya) al visitarlos con frecuencia y pedir fiadas las obras de arte a las que les había echado el ojo.

A todos los niños nos fascina dibujar animales e incluso se han encontrado fórmulas para que podamos trazar en el papel un gato, por ejemplo, con un círculo y un óvalo, y dos triangulitos que son las orejas. El caballo es más difícil, el chivo también, al perro hay que tenerle respeto, pero con el gato hasta jugamos un juego que en México se llama “gato”. Muchos dibujamos animales nunca vistos, ardillas con fauces de águila y pájaros que al abrir sus alas dejan ver una barriga de hipopótamo.

D.R. © Francisco Toledo, El kraken, 1983, acuarela y tinta sobre papel. Foto: D.R. © Jorge Vértiz, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.

Hasta los diez años de edad, los animales de mi bestiario infantil fueron los perros y los gatos, los pájaros y las catarinas que descubría al interior de las rosas al sur de Francia. Las catarinas, como ustedes lo saben, son de buena suerte. También me resultaron familiares los grifos de piedra en los muros de las catedrales góticas como la de Chartres y nunca sentí miedo de los dragones con cola de pavorreal que desde lo alto me sacaban una lengua puntiaguda, pero así me fue. En un pueblito de diez casas o menos, llamado Francoulès, cerca de Cahors, al lado de Toulouse, el jabalí en el fondo del bosque era algo así como la encarnación de todos los maleficios porque había destripado a una muchacha que se aventuró a buscar fresas salvajes al pie de los árboles. Desde entonces, el miedo al jabalí es parte de mi vida, y a muchos personajes a lo largo de los años les he visto los mismos rasgos que este inmenso puerco negro que embiste con sus pelos parados y sus cascos que todo lo aniquilan.

En México, en 1943, descubrí a las serpientes que estrangulan a los campesinos para después deglutirlos penosamente como blandos conejos y a las tarántulas políticas que tragan a la multitud de incautos que se detienen a escucharlas. En el mar de Puerto Escondido, vi flotar los recuerdos de los navegantes de España, quienes estaban persuadidos de que los manatíes eran sirenas, se aventaban al fondo del agua y morían de un gran amor envidiable. A los 21 años, soñaba con encontrar un unicornio que me cerrara el paso en el Paseo de la Reforma pero nunca lo he visto más que en sueños, blanco como un rayo de Luna y tan falso en su protección de la doncella como un merolico en la avenida Juárez.

Samuel Beckett escribió que los animales saben más que nosotros, y escritores y pintores de la talla de Dante, Gabriel Rossetti, Lord Byron, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges, Paul Bowles, Virginia Woolf, Truman Capote, la francesa Colette, Albert Camus en su El extranjero, Juan Ramón Jiménez y su Platero y yo, lo han comprobado. La Bruyère nos vio a todos cara de chivo o de lagartija y resultó que así también teníamos el cerebro. Charles Darwin declaró que no hay diferencia fundamental entre las facultades mentales del hombre y los animales importantes, por eso, los hacedores de esta nueva Zoología fantástica rinden pleitesía a sus mascotas reales y a los seres mitológicos que ahora se reproducen en este bello libro de Arvil y Artes de México.


Elena Poniatowska es escritora y periodista mexicana cuya obra ha sido distinguida con numerosos premios, entre ellos el Premio Cervantes. En Artes de México publicó Locales.

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