Detrás del mundo visible. Plantas sagradas nahuas y mayas

Mercedes de la Garza

En el pensamiento de los nahuas y los mayas, desde la época prehispánica hasta la actualidad, detrás del mundo visible y tangible, hay todo un universo de energías y poderes sobrenaturales que determinan la existencia. Y paralelamente, estos pueblos conciben al ser humano, así como a todos los seres vivos (plantas y animales) como una dualidad de materias corporales, visibles y tangibles, y materias sutiles, invisibles e intangibles (que se podrían equiparar con “espíritu”). Los mayas les llaman, entre otros nombres, pixán y ch’ulel, y los nahuas, tonalli o sombra.

Representación de un felino rodeado de una planta psicotrópica. Recreación del mural de Tepantitla ubicado en el Museo de la Pintura Mural Teotihuacana Beatriz de la Fuente, Zona arqueológica de Teotihuacan.

De las materias sutiles, una reside en el cuerpo del hombre y la otra en un alter ego animal que comparte el destino de la persona desde el nacimiento hasta la muerte. Dichas materias etéreas pueden separarse del cuerpo durante la vida y transponer umbrales que permiten su acceso a otros ámbitos que están fuera de la realidad ordinaria: los “otros mundos”; éstos son para ellos las escenas e imágenes oníricas y los que en la ciencia occidental se denominan estados hipnagógicos o de duermevela, vivencias fuera del cuerpo, alucinaciones y otros estados alterados de conciencia. Dichos estados constituyen para nahuas y mayas experiencias de la vida tan auténticas como el estado normal de vigilia, pero con la diferencia de que se consideran aventuras del espíritu fuera del cuerpo.

Así, en el sueño y el éxtasis se abren los portales a través de los cuales el espíritu ingresa a las otras dimensiones de la realidad. En ellas, realiza acciones que con el cuerpo y en el tiempo presente son imposibles: el espíritu, liberado, puede moverse de manera extraordinaria y asumir formas diversas; puede encontrarse con fuerzas sobrenaturales y establecer una peculiar comunicación con ellas, con los espíritus de los muertos y con otros espíritus externados; puede volar; se puede desplazar hacia los ámbitos sagrados del cielo y el inframundo; se puede situar en espacios que se interpenetran, que existen simultáneamente, y también en tiempos en los que coexisten el pasado, presente y futuro; también se puede transmutar en otros seres y objetos, perdiendo los límites de la propia individualidad. Esas ideas son la base de su concepción del hombre, de sus creencias en una existencia más allá de la muerte y, en fin, de su manera de asumirse en el mundo y ante lo sagrado.

Mictantecuhtli, dios del inframundo, está junto a un personaje que parece ingerir hongos enteógenos. Folio 90r, Códice Magliabechiano. BNC.

Todos los seres humanos son capaces de penetrar en los otros espacios de la realidad; todos tienen la facultad de dejar su cuerpo dormido o inerte para internarse en los mundos intemporales e incorpóreos; lo hacen de manera natural e involuntaria a través del sueño y de los estados asociados con él. Pero hay algunos hombres y mujeres, nacidos con un “don” especial, que pueden externar su espíritu voluntariamente con la ingestión o aplicación de sustancias psicoactivas, las cuales se consideran, por ello, sagradas; pero también lo logran por otros medios, combinados con dichas sustancias: prácticas de ayuno, abstinencia sexual, insomnio y autosacrificios sangrientos, acompañados por oraciones, meditación, música, cantos y danzas rítmicos. Las alteraciones voluntarias del estado normal de conciencia provocadas por esos medios son interpretadas como aperturas o transposición de umbrales para que el espíritu logre vivencias extraordinarias en los “otros mundos”, multiplicando la experiencia vital del ser humano. Así, lejos de conducir al hombre a un estado de enajenación, esas alteraciones de la conciencia, según ellos las vivieron y las viven ―dentro de sus parámetros y convicciones―, más que irracionales, pueden ser consideradas como una especie de supraconciencia, gracias a la cual el ser humano puede adquirir poderes sobrenaturales y acceder, cuando lo desea, al ámbito de lo sagrado. Ellos son los “hombres de saber” o chamanes ―llamo aquí “chamanes” a esos hombres de saber porque, tanto en náhuatl como en la mayoría de las treinta lenguas mayas, reciben varios nombres, y porque el término siberiano ha adquirido ya en la investigación un sentido universal (véase la obra de Mircea Eliade, El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis). No pueden ser reducidos a curanderos, hierbateros, hueseros, parteros, porque trascienden todas esas especialidades: nacieron con el “don” y son capaces de manejar el trance extático, después de diversos ritos iniciáticos.

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