Arturo García Bustos

La universidad en el umbral del siglo XXI (detalle), 1989. Metro Universidad, Ciudad de México. D.R © Arturo García Bustos/Somaap/México, 2017. Foto: D.R. © Francisco Kochen en Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, Artes de México, México, 2015.

En la década de 1920, el impulso y la inspiración de un grupo de maestros que había vivido con intensidad los días de la Revolución mexicana, cuya etapa armada apenas terminaba, dio origen a la pintura mural y al grabado de sentido social con el surgimiento del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores de México (SOTPE), y el Taller de Gráfica Popular de 1937, creado por antiguos integrantes de la desaparecida Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Yo he tenido la fortuna de participar con mi trabajo pictórico en estas dos grandes aportaciones de México a la cultura universal: el grabado, que puede llegar a muchas manos por ser una técnica de múltiple reproducción, y el muralismo, arte monumental que sale al encuentro de la vida y llega al corazón y al pensamiento de la gente.

Mi pasión por la pintura mural quedó marcada desde mis primeros años de infancia, cuando al salir de la escuela primaria pasaba por la Secretaría de Educación y veía los murales que había realizado el maestro Rivera y otros colegas en los tres pisos del edificio. Años más tarde, como mi casa se encontraba en pleno corazón del Centro Histórico, también pude ver a José Clemente Orozco pintando los frescos de la iglesia de Jesús. Quedé maravillado al observar cómo se desarrollaban las imágenes de su visión de Alegoría del apocalipsis. Así, tuve la fortuna de que me permitiera estar en su andamio cuando pintó el diablo amarrado y, después, en el coro, el diablo suelto. En esos muros en los que no había nada, aparecieron en pocos meses el drama humano, la furia, las pasiones, el dolor, un ángel cruel armado con su espada en las puertas del cielo. Al abrir las páginas de la espléndida publicación de Artes de México, Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, me dije: “y pensar que yo estuve en ese andamio cuando el maestro pintó estas imágenes que no dejan de fascinarme”.

La farmacopea mexicana y los avances de la medicina moderna (detalle), 2001. Laboratorio Glaxo-Smithkline, Ciudad de México. D.R © Arturo García Bustos/Somaap/México, 2017. Foto: D.R. © Marco Pacheco en Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, Artes de México, México, 2015.

Después de estar un año en la Academia de San Carlos, ingresé a la recién creada Escuela de Pintura y Escultura, La Esmeralda, en la que tuve la fortuna de tener muy queridos y valiosos maestros, entre ellos la joven maestra Frida Kahlo, quien nos cautivó con su belleza radiante de mexicanidad y un halo de poesía, franqueza y sabiduría. A los pocos meses, su salud quebrantada le impidió seguir asistiendo a la escuela, por lo que nos invitó a que hiciéramos del jardín de la Casa Azul en Coyoacán nuestro lugar de trabajo. El cambio de un salón cerrado a un lugar abierto en una casa mexicana llena de vida fue fantástico para nosotros. Aprendimos la libertad de las formas en las figuritas de Mezcala y en el arte prehispánico, no en Picasso ni en Henry Moore ni en otros artistas extranjeros. Era un momento en el que el nacionalismo se afirmaba en los ámbitos político y cultural, y la fama de los maestros muralistas llenaba el ambiente de la vida en México.

La maestra Kahlo consiguió que trabajáramos en el Anahuacalli con el maestro Diego Rivera en esa obra de arquitectura inigualable que crece sobria y elegante, fuerte y fina, antigua y perenne —como dijo Frida— como una enorme cactácea que mira hacia el Ajusco en el paisaje increíblemente bello del Pedregal. Recuerdo que la maestra gritó “¡México está vivo!, como la Coatlicue, contiene la vida y la muerte, como el terreno magnífico en que está erigida y se abraza a la tierra con la firmeza de una planta viva”.

La farmacopea mexicana y los avances de la medicina moderna (detalle), 2001. Laboratorio Glaxo-Smithkline, Ciudad de México. D.R © Arturo García Bustos/Somaap/México, 2017. Foto: D.R. © Marco Pacheco en Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, Artes de México, México, 2015.

Allí trabajábamos largas jornadas bajo la dirección del maestro Rivera. Dibujábamos en plafones y, ya entrada la noche, empezaban a aparecer como fantasmas las figuras de Ehécatl, Tláloc, Tezcaltlipoca, dioses del viento, de la lluvia y de la noche. Esos eran los momentos más felices para nosotros y para el maestro Rivera, quien entonces los invocaba y les decía: “Hemos construido su casa, ahora vengan a probarla”.

En 1964, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez me encargó la obra mural Pobladores de las siete regiones de Oaxaca, que pinté al fresco en la sala de etnografía del Museo Nacional de Antropología, y que me emociona mucho ver reproducido en las páginas de la publicación de Artes de México ya mencionada. En él, muestro a la derecha escenas de los valles centrales, al centro, la sierra de Juárez y a la izquierda, el Istmo de Tehuantepec, de Jamiltepec y otros pueblos. Todo lo hice como si fuera un gran mercado, en el que destaco las costumbres de cada lugar, los trajes regionales, las danzas y en general la convivencia de las diferentes etnias de ese estado, el cual es muy rico en cultura y tradiciones.

He pintado otros murales en la Ciudad de México, como el fresco La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio, en la Casa de Cultura de Azcapotzalco. Ahí recorro tres grandes épocas de nuestra historia: la mesoamericana, la virreinal y la moderna, en uno de los asentamientos más antiguos del Valle de México; asimismo, simbolizo la expresión artística popular como fuente de inspiración del creador mexicano, la raíz profunda que lo alimenta, y retrato a los artistas que fueron mis maestros, ya que influyeron en mi vida y desarrollo.

Otro de mis murales es La herbolaria, la farmacopea y los avances de la medicina moderna en México, que cuenta con cinco paneles dedicados a la salud. Éste se encuentra en los laboratorios Glaxo-Smithkline.

La farmacopea mexicana y los avances de la medicina moderna (detalle), 2001. Laboratorio Glaxo-Smithkline, Ciudad de México. D.R © Arturo García Bustos/Somaap/México, 2017. Foto: D.R. © Marco Pacheco en Libros pintados. Murales de la Ciudad de México, Artes de México, México, 2015.

El mural La universidad en el umbral del siglo XXI, que se encuentra en la estación del metro Universidad, lo dediqué a la educación. Abarqué desde las raíces culturales de nuestro pueblo hasta los grandes avances de la cibernética y la tecnología, y también quise transmitir a las nuevas generaciones el espíritu que envolvió la lucha por la autonomía universitaria.

En mi obra plástica, he continuado en la ruta del muralismo de ayer, hoy y siempre, movimiento que seguirá vivo porque es la gran aportación que México dio a la cultura universal en los primeros años del siglo XX y porque significó el gran regreso al arte monumental. Fue iniciado por nuestros maestros, pero tiene que seguir adelante mientras nuestras culturas sean más difundidas.

Hay muchos muros y los artistas buscamos, encontramos y nos enamoramos de esos espacios. Ojalá que este sea el siglo en el que se vuelva a ese México que heredamos de las culturas prehispánicas, y en el que recuperemos la belleza de Tenochtitlán, cuyos edificios y pirámides estaban profusamente decorados con pintura mural al fresco y otras al temple con resinas que se adherían a los muros. Las obras murales expresan nuestras tradiciones culturales y exaltan la grandeza de nuestro pueblo y la importancia de la justicia social.


Arturo García Bustos (1926-2017). Pintor, grabador, dibujante, muralista y escultor originario de la Ciudad de México. Estudió en la Academia de San Carlos y en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda. Fue miembro de la Academia de Artes. Murió en la Ciudad de México el 7 de abril de 2017.

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