Margarita de Orellana

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La imagen de Mathias Goeritz que nos hacemos a la distancia es la de un artista multifacético y cosmopolita que trajo a México muchas de las ideas de las vanguardias europeas que lo habían marcado, las cuales eran desconocidas por la mayor parte de los artistas del país, o no eran tan apreciadas. Es decir, trajo una nueva visión y una nueva estética. En la edición anterior de Artes de México dedicada a este artista hablamos precisamente de esas contribuciones al arte mexicano. Revisamos su llegada a México, su docencia, su obra religiosa, sus inquietudes. Hablamos por primera vez en México de su primera esposa, la fotógrafa Marianne Goeritz, que amerita un estudio más amplio.

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En este volumen nos importa destacar al Mathias crítico de sus contemporáneos y de sí mismo. Exploramos sus obsesiones sobre el estado y la evolución del arte de su época, lo que se ve claramente en sus escritos y sobre todo en sus manifiestos, reacciones viscerales ante las expresiones artísticas que lo irritaban. Hoy sus ideas tienen una gran vigencia. Fue creador en varias disciplinas y, así como dio valor a manifestaciones de vanguardia que aún son apreciadas, rechazaba otras también actuales como el body art. Llevaba muchas de sus reflexiones hasta la provocación con acciones concretas que solían llamar la atención y que estimulaban tanto a sus alumnos como a sus colegas. Además de conocer la historia de algunos de esos manifiestos y sus consecuencias, entraremos en otros temas que lo apasionaron: el arte que encontró aquí y la poesía concreta. Si su presencia fue relevante en el arte nuevo de nuestro país, quisimos revisar cuál fue el impacto y las influencias que tuvo el arte mexicano en su obra.

¿Qué papel jugaron el arte prehispánico, el arte popular, el color local en sus creaciones? ¿Tuvo esta influencia el peso suficiente como para hacer de Goeritz un artista muy distinto a muchos artistas europeos de su tiempo? Así como en el primer volumen vimos a Goeritz en México, ahora vemos a México en Goeritz.

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Por otra parte, volveremos sobre algunos de los conceptos que más lo entusiasmaron como la integración plástica, que pudo materializar en El Eco, en donde la pintura, la escultura y la arquitectura debían integrarse de manera orgánica en ese espacio que construyó con tanto entusiasmo. Se trata de una “escultura habitable” que debía incitar al visitante a ser poseído por una emoción inesperada e intensa. Goeritz deseaba que esa fuerte sensación trascendiera y lograra humanizar la arquitectura que para él estaba siendo impregnada por un funcionalismo radical, sin ángel, es decir, deshumanizada.

Otra de sus pasiones fue la poesía concreta, donde las letras son creaciones y esculturas. Mathias siguió de cerca este movimiento artístico y literario en el mundo y jugó con él. Realizó desde composiciones en papel hasta grandes espacios arquitectónicos, siempre con un espíritu lúdico donde el protagonismo de la letra y su volumen mostraba la gran pasión que sentía por la tipografía.

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A pesar de que se ha escrito mucho sobre este artista, y que es imposible abarcar todos los ámbitos en los que se movió, sabemos que hay aún mucho por descubrir e investigar. A cien años de su nacimiento, quisiéramos recordarlo en toda su dimensión y complejidad.


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