Toledo y Borges: las zoologías complementarias

Carlos Monsiváis

D.R. © Francisco Toledo, La liebre lunar, 1983, acuarela y tinta sobre papel. Foto: D.R. © Jorge Vértiz, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.

A solicitud del Fondo de Cultura Económica, Francisco Toledo ilustró La zoología fantástica [basado en el texto clásico de Jorge Luis Borges]. Y el resultado es un manual distinto y complementario donde las visiones transitan de lo extraordinario a lo largo de los siglos a lo extraordinario de todos los días. Toledo (nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1940, y formado al mismo tiempo en la cultura occidental y en las culturas indígenas) transforma su acervo zapoteca y lo despliega animosamente. Es la tradición muy personal y colectiva a la vez, que ya no contempla fieras monumentales capaces de levantar un elefante por los aires, ni el pueblo de los espejos que se anuncia con el rumor de las armas, ni hidras, ni ictiocentauros, sino criaturas de todos los días, encarnaciones laicas de la religiosidad popular, parábolas de la sexualidad frenética, los animales tutelares (conejos, coyotes, venados, tortugas, iguanas) que emblematizan con sorna y cordialidad el instinto y la sabiduría.

…Es el Manual de Zoología Erótica que descompone el deseo en garras y fauces, traslada las orgías tempestuosas a ríos y matorrales, describe los juntamientos placenteros de peces y cerdos, delata la falocracia de los pájaros y el empollamiento de las centurias, ve irrumpir a los paquidermos en el trópico y observa el ayuntamiento de la mula y el unicornio, y sorprende en fin la suplantación reptilínea de los genitales…

D.R. © Francisco Toledo, Animales de los espejos, 1983, acuarela y tinta sobre papel. Foto: D.R. © Galería Arvil, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.

“En el centauro —escribe Borges— se conjugan el caballo y el hombre, en el minotauro el toro y el hombre (Dante lo imaginó con rostro humano y cuerpo de toro) y así podríamos producir, nos parece, un número indefinido de monstruos, combinaciones de pez, de pájaro y de reptil, sin otros límites que el hastío o el asco”. Mucho antes de “ilustrar” (complementar) la Zoología fantástica, ya parte considerable de la gran obra de Toledo ha consistido en esta ars combinatoria, la búsqueda de las virtudes inesperadas en los acoplamientos.

Con discreción e irónica violencia, Toledo organiza su fabulario, Esopo testimonial y lujurioso, La Fontaine asilado en las maravillas de las concupiscencias, narrador visual de admirable eficacia. En su obra circulan los patos silvestres que propagan la muerte de Santa Teresa y la fundación del pueblo de Juchitán, los burros que con tal de oír los regaños de Dios lo desobedecen, el diablo que se disfraza de venado para hacer el amor con las viejitas, la iguana que es la tosca representación de la eternidad. Toledo conoce minuciosamente las mitologías de Oaxaca (lo que no lo detiene en su invención) y ha trabajado como etnólogo, recopilando por ejemplo técnicas amorosas y augurios de los huaves, y enlistando manifestaciones y avisos de la naturaleza: “La urraca toca en el árbol, como quien toca puerta, bonito sonido. Es buena señal/Si ves al zopilote montando a la zopilota, se muere tu familia/Si se ve en el monte venado como borracho, puede ser anuncio de enfermedad”. En razón de ello, en lo que Borges llamaría paradoja evidente, suscita en parte importante de su obra recuerdos que han pertenecido a terceros, y transmite imágenes que son simultáneamente arte y mitología, fábula y pintura, memoria colectiva y alucinación estética.

Papalotes del taller de Francisco Toledo, 2017.

Hay un punto de semejanza entre los relatos muy terrenales y muy estéticos de Toledo y el fabulario clásico de Borges: la duda ante un orden donde las formas ya arribaron a su límite. Si la capacidad de mezcla es tan infinita como el olvido, lo que soñaron los antiguos y lo que transmiten los informantes de Toledo son relatos que confluyen hacia el mismo zoológico de la fantasía. Al lado de la fauna milagrosa del ciervo celestial o el Fénix chino, Toledo, con elegancia y humor, concibe otra donde la naturaleza es una asechanza jubilosa, los peces y los venados son falos y vaginas proteicos, y en cada animal abundan trampas y liberaciones orgásmicas. En la feroz sexualización, el mayor refinamiento. Toledo elige la zona de su tradición que más le importa, la pone al día, y la sugiere como memoria para adoptarse libremente, donde los seres imaginados no amenazan sino divierten, no representan los temores arraigados sino la lujuria o la ternura adecuadas a las circunstancias de este momento del relato.

Borges y Toledo: la unión de realidades paralelas y simultáneas, la paradoja eleática según la cual el ave roc jamás alcanzará a la iguana escurridiza y lúbrica, y nunca sabremos en qué momento el kraken acecha y la serpiente-pez-hombre copula. Al fin y al cabo, y desde sus posiciones tan disímbolas, ambos representan en sus obras “el corazón central que no pacta con palabras, no trafica con sueños y al que no tocan el tiempo, el gozo, las adversidades”.

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