Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez

Desde el comienzo, tuvimos la certeza de que una nueva indagación sobre lo más profundo de la cultura mexicana era necesaria. Así, asumimos Artes de México como una responsabilidad ineludible y una misión forzosa: tratar de comprender mejor para amar mejor, y propagar este conocimiento con el orgullo contagioso de la belleza editorial. Sabíamos que el reto era inmenso y los recursos más que escasos. Pero contábamos con la sensibilidad para descubrir México de otra manera. Construimos una estrategia editorial distinta, hecha de la máxima calidad, más una confluencia de metas y un sistema dinámico de alianzas. Esta estructura de trabajo, por su originalidad, ha sido incluso estudiada fuera del país, y reconocida con más de 160 premios nacionales e internacionales.

En treinta años hemos recorrido México con una mirada analítica y gozosa. Y, al mismo tiempo, con exposiciones, conferencias y ediciones bilingües, hemos difundido una imagen distinta de nuestro país por una buena parte del mundo. Sin embargo, no deja de ser inmenso lo que consideramos que nos falta por caminar. Mientras algunas mentes han querido reducir al México profundo a su memorial de agravios, o a una visión ilusa y estereotípica, en Artes de México creemos que es posible una transformación de nuestro país desde una manera más sutil de pensarlo e interrogar su pasado y futuro.

Sabemos que no es habitual que una revista dure tanto tiempo. Sobre todo, porque, al inicio, la certeza es muy poca. Pero en cada número, en cada edición, hemos puesto todo el corazón y todos nuestros recursos. Los sueños han ido siempre por delante. Nuestra pasión aprendió a ser perseverante y a hacerse fuerte junto a la de muchas otras personas. Miles de cómplices hicieron posibles varios millones de ejemplares de Artes de México en las últimas tres décadas, desde nuestros socios generosos y excepcionales hasta el último lector, el último anunciante, pasando por los numerosos colaboradores y el equipo entero de nuestra institución. Hemos vivido este proyecto cultural como una hazaña colectiva. Eso que algunos llaman “empresa”, como se llamaba a los retos inmensos de los caballeros medievales: “tener una empresa” es desear lo que a muchos parece imposible y enfrentarse, cotidianamente con ingenio y arrojo, a tratar de vencer los obstáculos. Por eso, nunca más pertinente y necesario, extendemos aquí nuestro reconocimiento a quienes se menciona en seguida, pero también a muchos otros a quienes les decimos de manera muy especial la palabra que más hemos repetido estos treinta años: gracias.

 

 

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