José Luis Cuevas

Autorretrato caminando, José Luis Cuevas, en número 2 de Artes de México, El arte de Gabriel Figueroa, 1988. D.R. © José Luis Cuevas, Somaap, 2017.

Magnífico que un número de Artes de México esté dedicado a Gabriel Figueroa, uno de los grandes artistas plásticos de México. Soy su amigo, nos conocimos hace ya algunos años y frecuenté con asiduidad su casa. Pocos saben una cosa: la influencia que Figueroa ejerció sobre mi labor de dibujante y grabador.

José Luis Cuevas, Carlos Fuentes y Gabriel Figueroa, 1965, en número 2 de Artes de México, El arte de Gabriel Figueroa, 1988.

Quisiera referirme al Gabriel Figueroa de la Ciudad de México. Es quizá el que me resulta más entrañable, sin demeritar, por supuesto, al Figueroa bucólico, el de María Candelaria o el de los paisajes áridos como Río EscondidoNazarín. Lo que pasa es que yo soy hombre de la ciudad y difícilmente viajo por el campo. Este lo he recorrido en auto, sin detenerme en los pueblos y sin mirar el paisaje. En cambio, a la Ciudad de México la he caminado, observado y dibujado desde mi infancia. México capital, captado por Figueroa, influyó poderosamente en mis años de formación. La ciudad, encuadrada por este gran fotógrafo, estuvo muy presente cuando yo la dibujaba. Recorría los barrios capitalinos y los observaba con el ojo de la cámara de Figueroa. Este fotógrafo nos ha dejado diferentes momentos de una ciudad que se ha ido deteriorando con el tiempo. Fragmentos ya desaparecidos surgen en Víctimas del pecado, como aquel puente de Nonoalco, donde yo dibujé niñas paralíticas y niños ventrudos. En Salón México la visión del D.F. ya nos resulta onírica, con sus amaneceres y sus anocheceres; así como la de Distinto amanecer, la obra maestra de Julio Bracho.

Escena de Víctimas del pecado, de Emilio Fernández, 1950, en número 2 de Artes de México, El arte de Gabriel Figueroa, 1988. D.R. © Gabriel Figueroa Flores.

En Mientras México duerme, de Alejandro Galindo, la cámara de Figueroa recorre por primera vez una ciudad que ya resulta irreconocible. Los automóviles se deslizan por calles y avenidas que ya no existen y se detienen en casas que desde hace tiempo fueron derruidas. En Los olvidados, de Luis Buñuel, Gabriel Figueroa capta el terribilismo de los barrios bajos con la fuerza que imprimían en sus aguafuertes José Gutiérrez Solana. Estamos aquí en uno de los momentos cumbre del arte de Figueroa.

Por Buñuel en el megáfono y Figueroa en la cámara, confluyen dos corrientes del arte universal: la española y la mexicana. Está Goya presente, como lo está José de Ribera, El Españoleto; pero también lo están Posadas, Orozco y el arte popular mexicano.

Por todo lo que le debo a Gabriel Figueroa, como artista gráfico que soy, vayan estas líneas en su homenaje.

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