Doña Rosita Ascencio, voz de la medicina tradicional indígena

Carlos Zolla Luque

Doña Rosita Ascencio, curandera purépecha. Archivo Roberto Campos.

Doña Rosita Ascencio nació en 1925 en Puácuaro, Michoacán. A muy temprana edad, se interesó por la medicina tradicional, práctica que se convertiría en una vocación. A lo largo de su vida, no sólo cultivó y elaboró un registro detallado sobre el conocimiento curanderil, sino que fue además una de las dirigentes de la Organización de Médicos Indígenas Purépechas.

Para honrar su labor, el doctor Roberto Campos Navarro presenta la publicación Doña Rosita Ascencio, curandera purépecha, coeditado por la UNAM, la fundación Patrimonio Indígena y Artes de México. Además de ser un estudio detallado sobre las libretas de registro, en las que Rosita anota las enfermedades que atiende, los pacientes y diagnósticos realizados desde 1993 hasta la fecha, en esta obra ella también relata en voz propia su trayectoria.

La modestia de Roberto Campos Navarro es evidente cuando apunta que la obra Doña Rosita Ascencio, curandera purépecha brinda una aproximación a la vida de Rosita y a sus dos formidables libretas de registro de consulta, que abarcan más de veintidós años de trabajo. Además de médico y antropólogo, el autor es uno de los más sólidos investigadores de medicina tradicional urbana y figura clave en los procesos de reconocimiento y legalización de las medicinas de los pueblos originarios de México, Bolivia y, en general, de América Latina. Este libro es mucho más de lo que adelanta el autor.

Campos Navarro suma ahora los frutos del etnógrafo que aporta un material esencial para la antropología médica, la epidemiología sociocultural y la comprensión de la medicina tradicional indígena no sólo del área purépecha, sino del mundo.

Eryngium carlinae Delaroche. Libreta de Rosita Ascencio.

La figura de Rosita Ascencio se inscribe en las actividades terapéuticas locales y regionales —en su condición de curandera y hierbera— que cobraron relevancia cuando se gestó el nuevo y difícil diálogo entre los pueblos indígenas y los Estados nacionales, entre la medicina tradicional y los otros modelos de lo que llamo “el sistema real de salud” —que incluye la medicina académica, la tradicional doméstica y las terapias alternativas y complementarias— y en un momento en el que la atención primaria de salud revalorizó los recursos locales y los procesos organizativos de los médicos tradicionales indígenas.

Estos aspectos son el núcleo esencial del libro y se complementan con los registros sistemáticos que Rosita realizó de sus consultas médicas, en los que da cuenta del nombre del paciente, su origen, edad, diagnóstico y el tratamiento recomendado. Pese a ser un lugar común señalar que determinado personaje es un hijo de su tiempo, en el caso de Rosita Ascencio se trata de un rasgo esencial que la define como ejemplar.

Su larga y fructífera vida se desenvuelve en un escenario que sobrepasa los límites de su comunidad y de Michoacán. Nos permite referirnos a un proceso marcado por las políticas internacionales, nacionales y estatales de salud, por la presencia y desarrollo de la medicina tradicional indígena, y por ese movimiento al que genéricamente se denomina indigenismo y, específicamente, indigenismo de Estado. Todo ello en casi seis décadas del siglo XX y el primer decenio del siglo XXI.

Rosita en una curación de caída de mollera. Archivo Roberto Campos

El impulso gubernamental a los procesos organizativos de los médicos tradicionales indígenas ha sido protagónico, y este libro da cuenta de los esfuerzos, las aspiraciones y las conquistas, así como de las contradicciones, desavenencias, avances y retrocesos en los logros de reconocimiento y apoyo para las numerosas organizaciones que surgieron en esos años, impulsadas especialmente por el Instituto Nacional Indigenista (INI). Es significativo que en las propuestas indígenas no figurara la apertura de escuelas de medicina tradicional.

Esto confirma lo que la etnohistoria, antropología y etnobotánica han subrayado: la transmisión de los conocimientos etnomédicos se ha dado en el seno de las comunidades, generalmente de un terapeuta experimentado hacia uno o más aprendices. La conservación y el desarrollo sistemáticos de los contenidos esenciales, las prácticas y los recursos de la medicina tradicional —sin el auxilio de estructuras institucionales— son una verdadera hazaña de las culturas comunitarias. Es una labor dinámica, como se comprueba en el caso de Rosita, quien fue influida por otras corrientes médicas, se llamen éstas hipocráticogalénicas, africanas o modernas.

Éste es otro hecho que el libro ilustra sobradamente: cómo los pueblos indígenas adquieren los saberes de la medicina tradicional. La experiencia de Rosita inicia en contacto con la medicina alopática y, progresivamente, con la medicina tradicional. Son relaciones interculturales entre un modelo médico hegemónico —oficial, occidental, moderno, científico— y uno subalterno, que se ejerce en el seno del hogar o de la comunidad, entre los terapeutas tradicionales reconocidos.

Rosita con su primera libreta de registro. Foto: RAM

Lúcida, generosa, incansable, Rosita cumplió en 2015 sus noventa años de vida. La publicación de este libro podría interpretarse como un homenaje de los académicos hacia su labor, aunque es mucho más lo que nosotros recibimos de ella, y quienes a lo largo de los años acudieron a curarse en su casa de Puácuaro, o la recibieron en otras comunidades a donde la llevaron su saber, su vocación de servicio y su solidaria labor de terapeuta. Por su práctica médica, su tesón en el impulso a la Organización de Médicos Indígenas Purépechas, su saber y su amistad, celebremos que sus palabras y su imagen queden en este libro para beneficio del porvenir.


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