Mario Molina

D.R. © Yolanda Andrade. Huellas, en A través del cristal, colección Luz Portátil, Artes de México, 2006.

Los humanos estamos modificando el clima. A diferencia de lo que tal vez aprendimos de nuestros padres o en la escuela, la ciencia nos ha demostrado que el hombre sí tiene la capacidad de modificar los procesos terrestres globales. Empleando instrumentos muy precisos de medición, hoy podemos conocer las condiciones atmosféricas del planeta y reconstruir su historia climática con un alto grado de certidumbre. Sin embargo, aunque somos capaces de cuantificar el efecto neto y acumulado de nuestra proliferación como especie sobre la Tierra, no podemos predecirlo con exactitud, y aún nos quedan muchas incógnitas de cómo, bajo nuestra influencia, se gestan y evolucionan los eventos meteorológicos que mantienen o podrían dificultar la presencia humana en los diversos ecosistemas que acostumbrábamos dominar.

Desde que el hombre desarrolló la agricultura, hace más de diez mil años, aprendimos a explotar los recursos naturales de un planeta cuya temperatura promedio oscilaba en un rango de seguridad de medio grado centígrado de calentamiento y hasta un grado centígrado de enfriamiento, esto último ocurrido, por ejemplo, en la pequeña glaciación de la Edad Media. En la actualidad, en el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) estimamos que la temperatura promedio global del planeta se ha elevado en más de medio grado centígrado (0.76 grados centígrados específicamente y en el Hemisferio Norte cerca de un grado), y ya empezamos a ser testigos y víctimas de fenómenos meteorológicos extremos con intensidades antes registradas muy ocasionalmente, así como de variaciones significativas en la precipitación y la cobertura de nieve y hielo de la Tierra. Las sociedades industrializadas estamos dejando una alteración de magnitudes geológicas que se podrá conocer con el nombre de Antropoceno, término propuesto por Paul Crutzen, colega científico con el que compartí el Premio Nobel de Química en 1995.

El combate del cambio climático como problema global tiene muchas similitudes con la lucha en contra de la destrucción de la capa estratosférica de ozono, un fenómeno también de proporciones globales que pudo enfrentarse muy rápidamente y de manera efectiva gracias al Protocolo de Montreal y los fondos económicos aportados por los países industrializados agrupados en la ONU. Las sustancias agotadoras de ozono se han dejado de producir y usar de manera gradual pero aceleradamente, con lo que se ha modificado un área muy focalizada de negocios industriales, que encontró sustitutos químicos, muchos de los cuales resultan ser más baratos y más eficientes en sus aplicaciones.

D.R. © Gerardo Montiel Klint. Hombre descalzo rumbo a Sisal después del huracán Isidore, en De cuerpo presente, colección Luz Portátil, Artes de México, 2002.

La comunidad científica considera que el problema del cambio climático se ocasiona por la extensa pérdida de bosques y selvas, y por la emisión de compuestos de efecto invernadero, que en su mayoría se derivan del uso masivo del petróleo, el gas natural y el carbón, energéticos omnipresentes en la industria, el transporte y en la mayor parte de nuestras actividades productivas y recreativas. Los sustitutos, aunque conocidos y abundantes, como son la energía solar o la eólica, tienen costos comparativos más elevados y no presentan la misma disponibilidad y distribución que los combustibles fósiles. Se requiere de tiempo, recursos económicos, invenciones y acuerdos políticos más profundos para hacer los cambios y transformaciones industriales y de organización social que permitan que las tecnologías limpias, libres de carbono, sean las que dominen. Sin duda, la atmósfera “se nos puede acabar” antes de que se agoten los combustibles fósiles, cuyas reservas son superiores a los quinientos años.

Los esfuerzos de negociación que se están haciendo en el marco del Protocolo de Kioto y la Convención de las Naciones Unidas para el Cambio Climático están dirigidos a lograr acuerdos entre los países firmantes para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a un nivel tal que la temperatura promedio de la Tierra no rebase en este siglo los dos grados centígrados. Las probabilidades de que esto ocurra han aumentado, ya que hay un mayor despliegue de nuevas tecnologías y soluciones para la dotación de grandes cantidades de energía o la producción de bienes de consumo masivo. No obstante, los modelos atmosféricos y de estimación de emisiones que se emplearon para fijar esta meta ya han sido superados por la realidad. Además, las investigaciones recientes sobre la química atmosférica del planeta arrojan nuevos protagonistas del efecto invernadero, como son las partículas negras de hollín, provenientes de incendios forestales, o el uso de diesel en tractocamiones; el ozono troposférico, contaminante secundario producido por emisiones vehiculares en las grandes ciudades, y los hidrofluorocarbonos, ampliamente usados como refrigerantes.

Las emisiones, lejos de disminuir o acrecentarse por inercia, como lo estimamos en el reporte del IPCC publicado en 2007, se están diversificando y aumentando exponencialmente debido al crecimiento sostenido de los países desarrollados y al surgimiento económico de China, India, Brasil, los países europeos del Este y diversas naciones asiáticas y latinoamericanas que desean aumentar la calidad de vida de sus pobladores.

D.R. © José Antonio Martínez, en Todo ángel es terrible, colección Luz Portátil, Artes de México, 2006.

La tendencia global al consumo es altamente preocupante. Un ejemplo comprensible, pero inaudito por sus proporciones, es la venta mundial de automóviles, que crece a un ritmo mucho mayor que el poblacional o el de la generación de la riqueza. Lejos de que la movilidad urbana se logre con medios masivos de transportación y ciudades más densas y eficientes, el uso del vehículo particular domina sobre modos de transporte más sustentables. Fenómenos semejantes ocurren con la cantidad de viajes en avión o el movimiento de mercancías de un lado al otro del planeta, lo que deja una huella de carbono cuya compensación no se incorpora al precio de estos bienes o servicios. El desarrollo económico global no puede continuar en esta ruta.

Afortunadamente, estos fenómenos no han pasado desapercibidos y muchas naciones se han replanteado sus metas productivas o estilos de crecimiento con la finalidad de eliminar definitivamente la emisión de gases de efecto invernadero. Todos los países con plantas automotrices están fijando metas de eficiencia energética para sus automóviles nuevos, que llegan a duplicar los rendimientos actuales de los vehículos de gasolina. La Unión Europea se ha planteado lograr que sus nuevos edificios comerciales y residenciales tengan un consumo cero de energía al año 2020; el Reino Unido, en especial, quiere lograr esta meta cuatro años antes en todas sus construcciones de vivienda. La industria eléctrica, que opera con combustibles fósiles, se ha planteado la captura del bióxido de carbono en sus chimeneas, para después almacenarlo en el subsuelo y con eso ganar tiempo para la penetración de opciones tecnológicas limpias. Muchas de estas soluciones surgieron primero como acciones voluntarias de la sociedad o la industria y empiezan a constituirse como la base de los tan esperados acuerdos del Protocolo de Kioto, a cumplirse después del año 2012, cuando finaliza su primer periodo de compromiso. De hecho, se estima que los costos de las externalidades ambientales y los efectos que el cambio climático tendrá en nuestras ciudades y poblaciones en este siglo son mucho mayores que las inversiones de corto plazo que tenemos que hacer para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero.

El mundo alcanzó ya los siete mil millones de habitantes. Nuestra sola existencia mantendrá las intensas actividades de explotación y transformación de recursos naturales que ha generado este nuevo clima planetario, que hoy seguimos descifrando en un esfuerzo científico sin precedentes.

El nuevo conocimiento que tenemos sobre el planeta se ha difundido profusamente en los medios de comunicación, y esto es muy positivo. La naturaleza modificada, vista desde la óptica del cambio climático, nos ha sido develada por muchos artistas que trabajan sobre nuevos paisajes naturales y humanos, algunos de ellos desafortunadamente surgidos de desastres naturales, que hoy podemos asociar con seguridad a las modificaciones del clima. La sociedad y muchos científicos nos vemos favorecidos con expresiones innovadoras en el arte, en especial con aquellas que elevan nuestra conciencia y nos bosquejan épocas más sustentables, justas y equilibradas.

Este artículo fue publicado en el número 99 de nuestra revista, “Arte y cambio climático”.

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