Elvia Esparza. La gran ilustradora científica

Laura Durango

D.R. © Elvia Esparza.

El Instituto de Biología de la UNAM en donde Elvia Esparza Alvarado, la ilustradora científica más destacada del país, trabaja desde 1981, cuenta con un jardín botánico que alberga todo tipo de especies cactáceas y que sirve de punto de encuentro para la entrevista con la galardonada dibujante de flora y fauna mexicanas. Juntas, paseamos por los senderos de esta joya natural llena de maravillas que la maestra Esparza, tan animosa y sagaz, va descubriendo con la emoción de quien nunca se cansa de aprender y disfrutar. El suyo es un canto a la vida y un envite a la coherencia y la entrega a un oficio tan bello como ignorado: “En Gran Bretaña sobre todo y en Estados Unidos, la divulgación botánica ilustrada es un arte de magnitud —explica—; en el resto del mundo, se considera una disciplina menor, faltan especializaciones universitarias, apenas hay tradición y relevo generacional”.

El recorrido da paso poco a poco a la magia verde del cuento con una narración que entreabre la puerta al tesoro de colores, formas y sensaciones de la Botánica. Según Esparza, el escenario retrotrae “a los estados de ánimo de las plantas”, seres vivos adheridos a su paisaje interior de observadora científica, igual que una segunda piel sensible e íntima: “En las cactáceas hay espinas y texturas aterciopeladas, se dan tonalidades yermas junto a flores de color radiante; son las mezclas sorprendentes que nos regala la Naturaleza”. Para ella, ninguna especie es insignificante y hasta en las de apariencia menor “hay un lenguaje de belleza e intriga”. Entendí así la diferencia entre los agaves pulqueros, que son ondulados y sensuales —sus preferidos— frente a los tequileros, de hojas rectas y expresividad estática. “Mira a esos personajes —dice mientras señala un estilizado cacto enhiesto de tono deslavado junto a una biznaga bajita, coqueta, hinchada de espinas y adornada con una flor anaranjada—: ¿no forman una gran pareja?”

Observar a través del escrutinio de Elvia Esparza Alvarado es, sin duda, mucho más interesante porque al cabo de un rato uno también se familiariza con las figuras vegetales y termina por percibirlas cual personajes: el árbol mechudo, un arbusto revoltoso, nopales regios, inflorescencias cactáceas de carnosidad temeraria, tallos pensativos, románticos nenúfares o mansas piedras volcánicas: todo el entorno se manifiesta en su inagotable variedad y parece hablar. No es el bosque encantado del escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez pero sí un encantador vergel de imponente lava mexicana.

D.R. © Elvia Esparza.

Dibujo “oportuno”

La carrera profesional de esta artista, aunque ella evite hablar de sí misma como tal, comenzó en 1971 por un aviso oportuno en el periódico “que cambió mi vida”. Se solicitaba un dibujante botánico para un proyecto sobre la flora de Veracruz. Su ilustración a plumilla de una ramita, llena de puntos diminutos que daban volumen y con mucho detalle en el botón de espinas, fue la seleccionada por el reconocido doctor biólogo Arturo Gómez Pompa.“Yo intuí algo muy especial en aquella prueba, aún sin tener instrucción alguna —recuerda—; dibujé durante el fin de semana y me permití agrandar en recuadro dos aspectos del tallo y la hoja, algo común del oficio que entonces desconocía. No sabía nada del ámbito científico pero me encantó lo que hice. Del susto, pasé al gusto porque de veras me apasiona lo que hago”.

En aquel momento, Elvia estaba casada y sus dos hijos eran pequeños. Había estudiado Diseño Publicitario en la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda, del Instituto Nacional de Bellas Artes, y la posibilidad de trabajar desde casa y encima “cobrar cien pesos por lámina” fue, así lo dice muy contenta, “como si me sacara la lotería”. Durante diez años, colaboró con el hoy de- nominado Instituto de Biología de la UNAM, hasta que el director José Sarukán le ofreció el puesto de encargada del Laboratorio de Ilustración Científica, con oficina propia y dos ventanales al norte “para dibujar sin cambios de luz”.

Tres décadas y media después, sigue apostada frente a su alto escritorio inclinado donde dibuja de pie, concentrada, a solas con Beethoven o la música barroca, “sin sentir el tiempo”. Toda su labor se ha desarrollado en el ámbito institucional académico, dentro de la rigurosidad formal; quién sabe si ahora que se acerca la jubilación “seré capaz de dar rienda suelta a las muchas loqueras que traigo en la cabeza —arguye—, como entrarle de una vez al óleo, a los tamaños grandes, a pintar abstractos de fondo orgánico o trabajar de manera independiente”. Pero, ¿en qué consiste el trabajo de un ilustrador científico? ¿Qué requisitos precisa? ¿Es posible una dialéctica amorosa entre la ciencia y el arte?

D.R. © Elvia Esparza.

Retratos descriptivos

Elvia Esparza Alvarado desglosa con precisión el asunto: “Un ilustrador científico es quien traduce a imágenes las necesidades de un biólogo con un fin divulgativo. El dibujo exige una fidelidad absoluta al modelo real, a sus colores, al detalle, hasta el punto de que a veces el propio biólogo descubre aspectos en la lámina que le pasaron desapercibidos, como cierto bulbo o una vellosidad escondida.

”Los ilustradores —prosigue— nos apoyamos siempre en el modelo natural pero también en dibujos y fotografías. Yo prefiero los dos primeros, todavía recelo de las fotos y del Photoshop. Busco el detalle sin caer en lo gráfico. Lo peor que pueden decirme es que mi dibujo parece una fotografía. ¡Claro que no! nunca trato de hacer una foto. Un dibujo conlleva semanas de trabajo, es un proceso lento, riguroso, artesanal. Existen técnicas y normas pero también hay espacio para la creatividad personal, bien a través de la com- posición, que uno decide, bien mediante esos imponderables que aportan alma a la planta: la doblez de una hoja, la caída de un tallo, la disposición de flores…

”Las ilustraciones científicas —continúa— no son copias, sino retratos descriptivos, sientes lo que ves. Al principio, sólo dibujaba plantas con tinta y lápiz. Luego, avancé con la acuarela, que es un material veleidoso perfecto por su transparencia y secado rápido. Los tonos amarillos son los que más me cuestan, las gamas de verde y azul mis preferidas. Incursioné también en la ilustración de animales; con Bernardo Villa, el zoólogo más importante que tenemos, trabajé, por ejemplo, en los mamíferos del país.

”En cuanto a mí —agrega—, yo imprimo sentimientos, mi pasión y mi gusto, me doy a ello. Ya de niña, dibujaba plantas. Mi madre era de Zacatecas, de un rancho con nopales y tunas, que son paisajes comunes de mi infancia. Me encantan las cactáceas y las semillas. Mi papá, oriundo de Texcoco, disfrutaba mucho el campo y me llevaba a pasear con él —soy la mayor de ocho hermanos. De ambos viví el cariño por las plantas y los animales, en sus casas siempre hubo perros, conejos, borregos. En la Ciudad de México, mamá tenía un pequeño jardín con tulipanes, recuerdo que elegí estas flores para un trabajo escolar; también había muchas macetas y me gustaba retratar a mis hermanos con hortensias. Siempre he vivido en un ambiente campirano, mi casa de Xochimilco está llena de plantas”.

En cuanto a su trabajo como ilustradora, apunta: “me obsesiona la exactitud”. Se define “disciplinada, observadora, paciente, cuidadosa, concentrada, detallista”, justo lo contrario a como es afuera de la oficina, donde le en- canta platicar: “soy la más acelerada”. Respecto a la intersección entre la ciencia y el arte, reafirma su compatibilidad: “la grandeza de la naturaleza interfiere sin duda en la sensibilidad de la Botánica y la Zoología.

D.R. © Elvia Esparza.

La ilustre ilustradora

Esta dualidad de la profesora Esparza, mujer imaginativa pero práctica, que oscila entre la pausa concentrada y el dinamismo continuo, quizá tenga que ver con una vocación tan apasionada que la absorbe cuando dibuja y de la que se desconecta al terminar la tarea para regresar a su ser inquieto. Desde luego, inquieta y curiosa confiesa haber sido siempre, y también agradecida: “Mi trabajo en la unam me ha permitido viajar, conocer muchos países y gente, dar cursos en Cuba, Estados Unidos, Argentina, España, incluso ser conocida fuera de mi país”, cuenta sin falsa modestia pero con sencillez. Prueba de que es una “ilustre ilustradora”, como le gusta bromear, es que se trata de la única mexicana premiada, y dos veces —1999 y 2004—, con la Gold Medal de la Royal Horticultural Society de Inglaterra, el máximo galardón de esta prestigiosa institución; también recibió el reconocimiento Helia Bravo, que le emociona porque “admiro mucho a esta botánica mexicana que tuve la suerte de conocer y que además de mujer fue la gran promotora del Jardín Botánico en donde ahora mismo estamos”.

Aunque fuera de la escena científica, Elvia Esparza Alvarado es poco conocida en México, dada la sempiterna y proverbial escasa valoración de lo propio, una ilustración suya figura en la obra compilatoria A New Flowering: 1000 Years of Botanical Art, realizada por la eminente doctora Shirley Sherwood, botánica egresada de la Universidad de Oxford, Inglaterra, quien en 1990 se dio a la tarea de reunir los mejores dibujos de especies de flora a nivel mundial. La maestra Esparza ha expuesto en el Museo de Historia Natural de Londres y en 2015 tuvo la satisfacción de exhibir una recopilación de ilustraciones sobre las arenas de Arizona en la muestra Pinceladas en el Desierto, en el Museo de la Luz de la Ciudad de México. Su trabajo ha llegado también al Hunt Institute for Botanical Documentation de la Carnegie Mellon University en Pensilvania y a otros museos universitarios, pero siempre dentro del mundo académico. Dos de sus obras fueron asimismo seleccionadas para la bienal Focus on Nature XI. Natural History Illustration Exhibition, que organiza el New York State Museum.

La Revista Mexicana de Biología y los Cuadernos de Instituto de Biología han publicado año tras año sus ilustraciones e iconografía sobre dinosaurios, mamíferos de México, reptiles y anfibios, plantas acuáticas, pastos marinos tropicales, semillas mexicanas, los colores de la selva, la flora del valle de Tehuacán, especies autóctonas para el libro de centenarios de 2010 y un sinfín más de trabajos. Desde 1988, realiza el Calendario de Biodiversidad del Instituto de Biología de la UNAM, cuajado de magníficas acuarelas y que este año se dedica a las agaváceas: “las del calendario ya están listas —apunta—, pero quiero dibujar más, faltan muchos agaves por retratar”.

D.R. © Elvia Esparza.

México, biodiversidad excepcional

Elvia Esparza Alvarado subraya que la excepcionalidad de la biodiversidad de México proporciona un material riquísimo: “ocupa el cuarto lugar mundial en plantas, cactos y agaves y figura entre los diez países más ricos en especies animales y vegetales”. La ilustradora explica que la geografía mexicana abarca todos los ecosistemas conocidos: zonas desérticas, selvas tropicales, bosques, cañadas, pastizales, costas o sierras montañosas, un escenario escandalosamente privilegiado que a su juicio no se protege como debiera. Por eso, la divulgación es esencial y el trabajo de la unam clave.“Mi trabajo y los derechos de autor pertenecen al acervo histórico de la unam —comenta—, aparte de la obra sobre flora y fauna de Tabasco que ha quedado en manos de la universidad de ese estado”. No siempre la difusión de las instituciones es tan ágil como uno quisiera; por eso, pese a que Esparza reconoce la fortuna de trabajar para la Universidad Nacional Autónoma de México, también echa en falta y alerta sobre la necesidad de una escuela especializada en ilustración científica, que no existe excepto en Inglaterra: “No hay una facultad universitaria independiente que atienda esta disciplina sin que sea una modalidad del diseño gráfico o del dibujo; no se da la figura del artista botánico, del grupo de aficionados a la ilustración de la Naturaleza”.

Quien siente inclinación hacia este campo estudia Diseño Gráfico — “el dibujo publicitario de antaño” —, y aprende por su cuenta con los pocos maestros que quedan. “Interés no falta —asegura—, tengo muchos alumnos con ganas de aprender, y es un sueño enseñarles, me veo tan reflejada en sus anhelos…”. Ella misma, a quien el ámbito de la gráfica enamora, ha realizado multitud de talleres de artes gráficas, por eso porfía, con conocimiento de causa, por la supervivencia de las mismas: “¿Cómo podría extinguirse algo tan bello como la litografía?”.

D.R. © Elvia Esparza.

Grandes ilustradores

En cuanto a los ilustradores científicos que admira, destaca que ha habido “buenísimos” de siglos pasados. Su preferido es el pintor botánico austríaco Ferdinand Bauer (1760- 1826), con grabados y acuarelas de flora “emocionantes”. De México, su favorito sin duda es Atanasio Echeverría y Godoy (1751-1808), un artista y naturalista contratado como dibujante para la Real Expedición a la Nueva España que dirigió José Mariano Mociño y Martín de Sessé por orden de Carlos III para inventariar la flora y fauna del territorio. Gran parte de su trabajo se preserva en el Hunt Institute de la Carnegie Mellon University en Pittsburgh, Pensilvania, y en la Escuela de San Carlos en la Ciudad de México. El otro gran artista novohispano que menciona es Juan de Dios Vicente de la Cerda (1787-1803), ilustrador de la misma expedición acorde con el pensamiento científico más avanzado de entonces, cuando el dibujo era hermoso y valioso porque no hacía concesiones a la tentación del adorno.

Por eso no soporta que le regalen rosas, flores que aprendió a amar a través de las acuarelas del belga Pierre-Joseph Redouté (1759-1840) y que considera manidas por la costumbre social. Antes que degradar a la rosa en ramos imperdonables, mejor recibir presentes “útiles y prácticos, sin pretensiones ni afectación”.

Sus gustos pictóricos oscilan del impresionismo francés —Monet, Manet, Renoir, Pissarro— al arte inglés —las acuarelas de tempestades, las marinas de Turner, los paisajes de Constable—, pasando por los vedute de Canaletto, los interiores de Vermeer o los dibujos emocionales de un excéntrico fantástico como Egon Schiele. El arte contemporáneo no le atrae lo suficiente —“lo siento efímero”— y menos el conceptual. De México, adora al gran paisajista José María Velasco, una suerte de ilustrador científico, “no hay más que ver los volcanes o las piedras rocosas de sus cuadros”, resalta.

Próxima su jubilación, reflexiona sobre esta etapa de cambio en la que vislumbra grandes posibilidades creativas. No ha tenido tiempo para una obra privada porque“vivo lejos, en Xochimilco, y llego a casa con ganas de descansar”, pero sueña con pintar en el campo y tener muy buena salud, al menos sólo achaques controlables que le permitan mantener vivos esa realidad y ese deseo sobre los que Luis Cernuda tanto escribió.


Laura Durango es maestra en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y estudió fotografía en Estados Unidos, Costa Rica y México. Durante 13 años trabajó en la plantilla del departamento de Reportajes de la Agencia EFE en Madrid, donde se especializó en este género periodístico.

Para conocer a detalle las imágenes que ilustran este artículo, véase el libro Colores de la selva. Fauna y flora de Tabasco (México, 2015). Las reprografías de la obra de Elvia Esparza son cortesía de MAPorrúa.

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