Escenarios de Vicente Rojo #Arteseneltiempo

Alebrije. Monstruo de papel, el suplemento cultural de la revista Artes de México, se pensó como un espacio complementario a la revista —que en sus inicios no se ocupaba de atender el quehacer del arte contemporáneo— que diera cabida a la pluma de críticos de arte y de escritores interesados en el tema.

En el Alebrije del número 14, Artes de México. Cerámica de Tonalá (1991), el escritor Francisco León González nos presenta la obra de Vicente Rojo llamada Escenarios. Esta serie escultórica de 1991 se constituyó de piezas elaboradas en hierro con campos cromáticos diversos y, algunas, fueron de gran formato. La crítica —a pesar de tener 27 años de escrita— tiene la cualidad de aportar al lector una forma todavía vigente de aproximarse a la obra de Vicente Rojo.

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Escenarios de Vicente Rojo

Francisco León González

Que la pintura sea la plenitud bella de la forma es algo provocador no sólo para el espacio que ocupa nuestro cuerpo, sino también para el espacio que ocupa el cuerpo del otro. Y esa relación de espacios impersonales encuentra su punto de reunión en otra realidad, dentro de la cual nos sitúa la escultura geométrica de Vicente Rojo.

La provocación es inconsciente y la reunión nos resulta inesperada, porque no sabemos muy bien de qué manera estamos integrados a ese deslumbrante juego de signos tridimensionales que se modifican conforme recorremos con la mirada las ondulaciones que bajan, suben y entran creando su propio movimiento e identidad.

Lo primero que advertí al contemplar las esculturas de Vicente Rojo, bajo el título de Escenarios, fue el incesante diálogo de los contrarios, la lucha de los opuestos, la noción de que sin esta exigencia no puede materializarse la obra, cualquiera que ésta sea. Y Vicente Rojo lo sabe, pues él es precisamente el mediador entre semejante pugna.

Es el despliegue de combinaciones, de figuras, relieves y volúmenes en continuo desdoblamiento, como si su movimiento nos fuera conduciendo de la mano a la interioridad misma del artista, donde tiene lugar la dualidad de la pregunta y la respuesta, de la confirmación y la negación, de las líneas curvas y rectas, de los ejes horizontales y verticales.

Una circunferencia parece copular con un rectángulo construido a base de cuadrados y pequeños cilindros sobresalientes, que penetran el espacio en un semicírculo cerrado, en sus extremos, por una barra sólida. En este punto volvemos a ver que la escultura se mide por la definición que le conceden sus propias líneas: severidad unas, flexibilidad en otras.

Vicente Rojo, Treinta y cuatro pirámides y un volcán, 1991. Técnica mixta sobre tela, 160 x 160 cm.

El movimiento de los contrarios produce fisuras, desgarramientos y separaciones sin las cuales la obra se replegaría sobre sí misma, no obstante, aunque la unidad mantiene su carácter hermético porque descasa sobre interrogantes, de hecho su interpretación depende de las contingencias hacia las cuales nos aproximan las imágenes que impone la misma obra, imágenes acerca de la objetividad de la mirada y la subjetividad propia de la obra, vemos que las esculturas van subordinando las formas a sus propios signos.

Se trata de una subordinación que está situada en otra realidad; de un origen al que no tenemos acceso más que a través de comparaciones imposibles y contradictorias.

La unidad se fuga  crea sus propios espacios, espacios que se disparan hacia distintas direcciones —¿realidades?—, rumbos donde los límites están ausentes hasta el extremo de lo desconocido.

En Escenarios cada escultura se define por sí sola, como ocurre con la misma claridad en las series anteriores: Señales, Negaciones, Recuerdos y México bajo la lluvia, y cada definición conduce a otra, como si las esculturas habitasen el reino del signo. Un reino múltiple, yuxtapuesto al espesor de nuestra dimensión. La escultura se fuga mediante su geometría y produce la movilidad del centro, la dilatación del escenario.

El escenario se trastoca y ya no es el cuerpo quien lo ocupa, sino las esculturas que llevan el título de Escenarios. Se trata de la intimidad del objetivo que encuentra su devenir en el mostrarse y recluirse, del tiempo profano del exterior y del tiempo sagrado, que es el tiempo de la comunión, de la afinidad de las capacidades, donde las geometrías de líneas y curvas se abren y cierran. Se abren para aparecer, y se cierran y desaparecen, sugiriendo algo así como la epifanía de la escultura, a través de ondulaciones que vibran por su color y el juego de sus desplazamientos, dirigidos hacia los escenarios que nuestros códigos de realidad no pueden designar a menos que valga cierta arbitrariedad.

El significado es posterior a la forma y a la vibración del color que acentúa su presencia. Por ello, cuando contemplamos las esculturas de Vicente Rojo, sentimos la necesidad de buscar, más allá de la realidad inmediata, el sentido que guardan dichas esculturas.

La escultura de Rojo plantea la naturaleza de otro orden, superior al que estamos habituados. Y en dicha naturaleza está situado el escenario, donde quizá podamos hallar las señales que lo definen. Aunque la definición no siempre tiene cabida en el arte, por lo menos orienta la búsqueda que casi nos impone cualquier escultura de Escenarios. El escenario es metafísico, en cuanto rebasa nuestras nociones cotidianas y primarias, y nos dice que lo inmediato se advierte y lo metafísico se percibe. Y la percepción supone el hallazgo de significados conducentes que establecen relación a partir de posibles tejidos, inmersos en el punto donde confluyen la abstracción y la metáfora. ¿En qué momento se comunican? ¿Qué ocurre cuando transitan por los resquicios de la hiperrealidad? Nos comunican la dispersión de la unidad. Metáfora y abstracción se resuelven en la diversidad. Escenarios es la suma de realidades imposibles que se bifurcan, mientras Vicente Rojo intenta descubrir las convergencias y los paralelos de tiempos totalmente diferentes.

Una vez más la obra de Vicente Rojo abre las ventanas de nuestras anquilosadas referencias, para dejarnos respirar esa realidad que opera más allá de las superficies —¿apariencias?

En diversos momentos el mundo, que es lo ajeno o lo familiar, puede ser vivido con recuerdos que se niegan y se aceptan, dependiendo de las sensaciones que transmite el escenario. Y el escenario es el lugar que nos permite contemplar una obra que, como la de Vicente Rojo, se ha vuelto indispensable a la mirada.

Vicente Rojo, Pirámide en blanco y negro, 1990. Técnica mixta sobre tela, 100 x 100 cm.

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