Juan Nepomuceno Herrera. El bicentenario de su nacimiento

Es usual que al referirse a la pintura en Guanajuato durante el siglo XIX se piense únicamente en Hermenegildo Bustos (1832-1907). Esto obedece a que ha gozado de una creciente fortuna crítica y a que nuestro arte regional no fue pródigo en retratistas en dicha centuria. Por ello, el propósito de este libro es reivindicar la relevancia que también tiene el pintor Juan Nepomuceno Herrera y Romero, nacido en la antigua Villa de León en 1818. A su muerte en 1878, la población ya había adquirido el estatus de ciudad. A partir de 1830, se llamó oficialmente León de los Aldama, en honor de Juan e Ignacio, dos caudillos independentistas.

Herrera se caracterizó por ser un artista con gran preparación académica cuyos servicios fueron tenidos en gran estima por la élite y la clase media leonesa y de ciudades aledañas. No es de extrañar que en aquella época tan inestable en todos los órdenes faltaran maestros, más aún si eran especializados. Ese inconveniente lo suplía el método lancasteriano de educación. De acuerdo con esta pedagogía de origen inglés, los alumnos que habían recibido algún tipo de enseñanza formal y resultaban más aventajados se daban a la tarea de instruir a sus condiscípulos menos preparados.

Hermenegildo y Juan Nepomuceno se desarrollaron en ambientes diferentes pese a la vecindad de sus lugares de origen. No obstante, los asemejaba la destreza para capturar la otredad de los seres que retrataron. Supieron trascender los rasgos fisionómicos de sus modelos para adentrarse en su verdad psicológica. Ese don los coloca entre los más notables retratistas que ha dado el arte hispanoamericano.

Juan Nepomuceno Herrera. Plata sobre gelatina, 11.5 x 8.5 cm. Archivo Histórico Documental del Instituto de Ivestigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, Caja 1, doc 1, Juan Nepomuceno Herrera.

“Lo que se ve no se juzga” dice el refrán. Es precisamente lo visible, es decir las obras pictóricas, lo que permite a los autores del presente volumen discernir acerca de la obra de Herrera y ubicarlo en su contexto artístico e histórico, aspectos que ellos dilucidan aportando sustanciosa documentación y esclarecedoras glosas.

Estilísticamente Herrera pertenece a la corriente neoclásica a juzgar por la precisión y finura del trazo al igual que el sobrio cromatismo de tonos fríos que matizan sus cuadros. Si hubiese sido solamente un pintor —y en menor medida escultor— del martirologio cristiano no habría alcanzado la reputación de que gozaba, aun cuando pintó muchas veces a la Santísima Madre de la Luz, patrona de la devota feligresía leonesa desde 1732. En ese ámbito, sería recordado como un hábil copista o, a lo sumo, un pintor académicamente solvente. Se volvió más famoso como retratista. También lo distinguió el verismo con que plasmaba las manos; aspecto no menor, ya que dichas extremidades han sido el talón de Aquiles de algunos pintores mexicanos.

Se advierte en sus lienzos la presencia de damas pertenecientes a la alta burguesía, así lo confirma una efigie de la heredera de un potentado minero. También fue solicitado por señoras cuyos padres o esposos se dedicaron al comercio o a alguna actividad profesional. En el sector masculino no le faltaron políticos, profesionistas y estudiantes.

Inmaculada, s/f. Óleo sobre lámina de cobre, 34 x 25 cm. Colección María Paloma Padilla Duque. Fotografía: Diego Torres / Artes de México. 

Hacia 1864, León adquirió el rango de diócesis, es decir, el de jurisdicción eclesiástica y sede del obispado. Influyó en ello el considerable número de religiosos que se congregaron en la localidad y en la zona comarcana. A eso se debe que Herrera tuviera su clientela más asidua entre los representantes de la grey católica y que fuera requerido por sacerdotes, canónigos —en otras palabras miembros del cabildo catedralicio— y un prelado o alto dirigente que era obispo.

En la historiografía del arte mexicano decimonónico, Herrera debe figurar al lado del zacatecano Cleofas Almanza (1850-1915); de José Justo Montiel (1824-1899), veracruzano activo en Orizaba y Jalapa; también de José María Estrada (1810-1862), originario de Guadalajara, quien fue quizás el más conocido por sus contemporáneos y por las generaciones que les siguieron. Coadyuvó en ello el hecho de que la flamante capi-tal jalisciense se situara rápidamente a la cabeza de las ciudades del interior como un centro impulsor de la plástica. El primer gobernador constitucional del estado fundó, hacia 1824, una academia de bellas artes. Se especula que en esa institución Herrera aprendió los fundamentos del dibujo y la pintura. Aunque también se formó en el antiguo Colegio del Estado en la capital Guanajuatense.

La trayectoria plástica de nuestro homenajeado coincidió con el más desgarrador periodo de la historia patria debido a la intermitencia de los hechos sangrientos. La población civil vivía flagelada por constantes guerras civiles entre centralistas y federalistas. Aprovechando la desunión de la sociedad mexicana y las trapacerías de Su Alteza Serenísima Antonio López de Santa Anna, Estados Unidos mutiló al país apropiándose de la mayor parte de su territorio. Inglaterra y España emprendieron sendas expediciones punitivas para quedarse con el resto. La Francia del Segundo Imperio no cejaba en su empeño de intervenir, acción que emprendió en dos ocasiones para ponerle freno al expansionismo yanqui e instaurar la hegemonía de Napoleón El Pequeño a través de Maximiliano. En opinión de Bonaparte, su país era el depositario de la civilización latina y, por ende, clásica y católica que debía triunfar sobre el protestantismo anglosajón.

Mientras tanto y como si se tratara de un drama épico de varios entreactos, liberales y conservadores se enfrascaban en disputas perenes. La consolidación de la República amainó las tormentas políticas con Benito Juárez como presidente en distintos periodos entre 1857 y 1872, año de su muerte. A nuestro homenajeado le restaban entonces seis años de vida. En este contexto, al que además se suma una sociedad tan convulsionada y victimizada por la hambruna, el bandidaje y las epidemias, resulta comprensible que se trate de un periodo del arte mexicano poco estudiado, especialmente aquel que floreció en la provincia entre 1820 y 1860. A esta etapa de claroscuros e incertidumbre perteneció Juan Nepomuceno Herrera y Romero, el mejor pintor que ha dado La Perla del Bajío.

La Inmaculada Concepción. Tinta sobre papel, 27 x 21 cm. Archivo Histórico Documental del Instituto de Ivestigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, Caja 1, doc 1, Juan Nepomuceno Herrera.

Cabe mencionar que, en su formato de revista, Artes de México le dedicó una monografía publicada en español, inglés y francés en 1971, es decir hace casi medio siglo. Hasta ahora ese había sido el único esfuerzo editorial para sustraerlo del olvido. Ahora, con el apoyo de la benefactora Fundación Organizados para Servir, la atingencia institucional de la Secretaría de Cultura y la renovada visión cultural de Artes de México rememoramos en su bicentenario al gran pintor del Bajío mexicano Juan Nepomuceno Herrera en un libro que con orgullo ponemos en sus manos y ante sus ojos.

 

 

Ciudad de México, 2018.

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Juan Nepomuceno Herrera. Los lindes del retrato (2018), se presentará en el Salón de Recepciones del Museo Nacional de Arte, el jueves 7 de junio a las 16:30 horas. 

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