Jorge Arellano Olvera

Chancha con cadenas.

“A la edad de cinco años tenía la manía de hacer trazos de las cosas. A la edad de 50, había producido un gran número de dibujos. Con todo, ninguno tuvo un verdadero mérito hasta la edad de 70. A los 73, finalmente, aprendí algo sobre la verdadera forma de las cosas, pájaros, animales, insectos, peces, hierbas o árboles. Por lo tanto, a la edad de 80 habré hecho un cierto progreso, a los 90 habré penetrado más en la esencia del arte. A los 100 habré llegado finalmente a un nivel excepcional y a los 110, cada punto y cada línea de mis dibujos, poseerán vida propia”.
Hokusai

Para Hokusai, el arte es la búsqueda de la verdadera forma del mundo. A sus ochenta años, el viejo soñó con cumplir ciento diez para que cada punto y cada línea de sus dibujos poseyera vida propia. Borges no es ajeno a la idea: en “El otro tigre” sueña con encontrar al animal que no está en el verso. La repetición incesante de Hokusai es paralela a la febril búsqueda bibliográfica de Borges por acceder a los Arquetipos y Esplendores. Después de todo, en un plazo infinito de tiempo, un bibliotecario podría encontrar el prodigioso tomo de “La biblioteca de Babel” que custodia el nombre secreto de todas las cosas.

Pero ni Hokusai vivió hasta los 110 años ni existe aquel bibliotecario inmortal. Nos queda, como escribiría Pessoa, la digna resignación de persistir tenazmente en una actividad inútil: la arbitraria enumeración. Así como cierta enciclopedia china dividió a los animales en “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”, podemos estipular con todo rigor un inciso igualmente válido: (ñ) que son imaginarios.

Rémora.

Sin ningún orden aparente, Zoología fantástica introduce al lector a una ilustre lista de criaturas cuyo único tema unificador es la idea de lo fantástico, que aparece expresada de muchas formas: como ruptura del orden en el pájaro que vuela hacia atrás (“porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo”) o el caballo que navega el mar; como la combinación imposible de hombres y peces, de toros y caballos, de leones y mujeres; como los sueños de Kafka, Poe y C. S. Lewis; como un abnegado tributo a la divinidad en la liebre que se ofrece al fuego para saciar el hambre del Buddha, o como poesía en la tortuga hecha de “la luz de las estrellas que conforman la constelación del Sagitario”.

Borges emprende su búsqueda en el terreno de la bibliografía y la erudición. La escritura del dios está escondida en la piel viva de los jaguares: el verbo encarnado que nos permite acceder a la forma del mundo que se oculta en las manchas de los animales fantásticos, en una página del Gilgamesch, en el Diccionario folklórico argentino, en la Teogonía de Hesíodo o en los Diez Mil Seres de la cosmogonía china.

Hokusai encumbró la repetición como un mecanismo para acceder al alma de las cosas; ensayó Cien vistas del monte Fuji como un intento por encontrar la forma de la montaña. De la misma manera, en Zoología fantástica, Francisco Toledo acompaña cada animal con una ilustración que busca encontrar la esquiva forma, no del animal, sino de lo fantástico.

El nesnás.

Lo primero que verá el lector al voltear una página es una ilustración de Toledo. Antes de leer, imaginará qué animal representa esa abstracción. De esta forma, el libro se transforma en un ejercicio activo en el que deberemos llenar, con nuestra propia imaginación, los cimientos dados por Toledo y Borges. Texto e imagen se prefiguran entre sí.

En cierta forma, enumerar animales fantásticos es un método para intentar definir qué es lo fantástico. Los sueños e imaginaciones de cada cultura a través de los siglos destilan al dragón, al unicornio, al centauro, a la esfinge, etcétera, pero todo parece ser un ensayo, un monstruo sucesivo que escapa a la definición (como el Balanders, que cierra Zoología fantástica con un guiño clarísimo a que la enumeración, después de todo, no es arbitraria). El conjunto de animales fantásticos es un monstruo en el tiempo, es lo fantástico que resiste revelarnos su verdadero nombre; es lo que estructura secretamente nuestra imaginación.


Todas las imágenes en este artículo se publicaron en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil. Mexico, 2013. Obra: D.R. © Francisco Toledo. Fotografía: D.R. © Galería Arvil.

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