Luisa Manero Serna

Chaman tzeltal. Tenejapa, Chiapas, 1993. D.R. © Lorenzo Armendáriz, en el número 118 de Artes de México, Chamanismo, 2015.

El ruido es el estado primigenio del mundo. De él se desprende un silencio que engendra a la vida humana. El silencio nos expulsa de la totalidad frenética de la muerte. Es éste el sustento de las prácticas chamánicas tzeltales, según las cuales los espíritus del Otro Lado hacen llegar al Nuestro el ruido en el que viven y cuando ese ruido nos toca se transforma en enfermedad. Los sanadores se encuentran con la difícil tarea de construir un lenguaje del silencio. El antropólogo Pedro Pitarch, en su texto “El mal del ruido” publicado en el número 118 de Artes de México, nos permite asomarnos a la complejidad de esta paradoja.

Pitarch describe la forma en que los tzeltales conciben el ruido que acarrea enfermedad. No todo sonido nos enfrenta a la existencia de los espíritus: es el ruido extranjero el que nos trae sus males. Nos llegan a través de la música hispana de cuerdas, de los sermones cristianos, de las misas. El estrépito de las máquinas también los lleva consigo. Los chamanes conjugan en una imagen monstruosa los elementos ajenos a su pueblo, elementos que ellos llaman “de Castilla”: el sacerdote que monta un automóvil que ruge, enfurecido.

Principal rezando en la iglesia. Tenejapa, Chiapas, 1993. D.R. © Lorenzo Armendáriz, en el número 118 de Artes de México, Chamanismo, 2015.

El silencio, en cambio, es un espacio ganado con dificultad, construido a través de barreras físicas de madera y de muros de palabras que, con su energía sonora como arma, luchan con el ruido Otro y se configuran como una fortaleza que protege la vida. La canción tzeltal, el sonido del Acá, ayuda a enmarcar esta guarida. Busca saturar el espacio y no dejar nichos para el ruido del Allá. Estos cantos, aunque dichos por una sola persona, conjugan varias voces: la del sanador y las de los espíritus. Ya que fue un espíritu el que cantó el mal, la enfermedad es pensada como un acto de voluntad. El chamán se apropia de la voz del Allá, y asegura que todos los sonidos se vuelvan parte de nuestro mundo. Realiza una puesta en escena, un teatro en que él mismo, como actor, representa distintos personajes. El espacio sagrado de curación se transforma en un universo dramático.

El estrépito del Otro Lado surge de una fiesta frenética en la que viven los espíritus. El ruido que surge de ella opera mediante un principio de inversión común en las religiones mayenses: al cambiar de un nivel de la realidad a otro, un elemento se convierte en su contrario. Cuando entra al mundo de los seres humanos, la energía desbordada de los espíritus se transforma en pérdida de fuerza y muerte.

El chamán se comunica con los espíritus ante el altar doméstico. Tenejapa, Chiapas, 1993. D.R. © Lorenzo Armendáriz, en el número 118 de Artes de México, Chamanismo, 2015.

Su fiesta se ha ido transformando junto con las festividades hispano-mexicanas: ha sido concebida como un convivio con guitarras, y también como un antro de música electrónica. Las imágenes modernas con las que actualmente se concibe el Mundo de Allá no son síntoma de una pérdida cultural ni una mitología empobrecida; nos muestran, más bien, una cosmovisión que en su capacidad de transformación nos expresa su vitalidad. El Otro Lado es el lugar de las mil caras, que juntas construyen el rostro único de la resistencia cultural.

Con su descripción, que expone la relación estrecha entre la concepción de lo extranjero y las patologías, el escritor muestra que el silencio, ese elemento inasible que se define con la ausencia, es un espacio en que entran en juego conflictos antiguos y recientes; diálogos y negociaciones; vivencias de imposición, de pérdida y violencia.

La labor de recuperación, transcripción, traducción e interpretación de cantos sagrados no es algo externo a los textos y contextos rescatados; el autor no representa un ojo distante que observa sin tocar. Pitarch lleva estas canciones a un medio escriturario y con ello alimenta la pluralidad de las formas de vida de la tradición oral. Al comentar los cantos a través de la palabra hispana en un medio escrito, al dislocarlos del universo tzeltal y llevarlos a aquel que este pueblo entiende como el extranjero, traiciona su naturaleza silenciosa: los trata mediante el ruido. Sin embargo, mediante el discurso que elabora, Pitarch reivindica y defiende en “lengua de Castilla” la inclinación de los cantos al silencio. Nos hace sensibles a su propósito y a su razón de ser. Nos provoca extrañeza cuando nos muestra que el estruendo puede ser pensado como lo natural, y nos recuerda que siempre vivimos con el ruido de nuestra consciencia. Nos sumerge en la búsqueda de silencio de los tzeltales, y con ello nos hace desear un espacio de calma para nosotros.

D.R. © José Ángel Rodríguez, en el número 118 de Artes de México, Chamanismo, 2015.

El texto de Pitarch, al igual que estos cantos chamánicos —que buscan silencio con sonido—, representa un mundo de contradicciones. Aquel que busca describir cantos y prácticas rituales se mueve entre la empatía y el realce de la otredad, la intención de acercamiento y el alejamiento de la observación, la profanación y la defensa de lo sagrado. Esta red de tensiones es síntoma de la enfermedad del ruido, pues es un enfrentamiento entre las voces de lo propio y lo ajeno. Pero no es un conflicto exclusivo del tzeltal y del antropólogo. Es el mal de la interacción cultural; el del poeta que busca hundirse en un mundo innombrado, a través de palabras que sólo saben nombrar; el mal de todos nosotros, que queremos simplemente estar ahí, pero que somos escindidos de lo que experimentamos por el sonido de nuestros pensamientos. El mal del ruido es la condena de lo humano.

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