Laura de la Torre

Roger Von Gunten, Mosca tamaño mascota, D.R. © Roger Von Gunten. Foto: D.R. © Lourdes Almeida, portada del número 93 de Artes de México, Elogio de la mosca en el arte, 2009.

¿Por qué alguien pintaría una mosca en un cuadro, o la haría el tema central de un escrito literario o le dedicaría algunos pliegos para elogiarla? Algunas mentes privilegiadas han sabido ver en ella un símbolo de la fugacidad de la existencia, un recordatorio constante sobre la muerte, la corruptibilidad de la vida o la futilidad de las ambiciones y la grandilocuencia. Ante tales connotaciones, más vale elogiarla que espantarla.

Marshall Berman señala que la época moderna es un tiempo y espacio en el que hombre contempla que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. El entorno se sujeta a la fuerza devastadora de la transgresión. En ese mundo de la velocidad y el cambio vertiginoso, en el que el hoy “no se parece al ayer y necesariamente diferirá del mañana”, como bien lo advierte José Emilio Pacheco, todo parece inconstante, mutable e inasible. El número 93 de Artes de México se sitúa en la paradoja del hombre moderno y realiza un homenaje a una presencia natural que mejor nos recuerda la caducidad de la vida: la mosca, que es “sabía y crítica”, en tanto que “muestra la verdadera naturaleza de los hombres cuando más pulen su imagen en el espejo”.

Brian Nissen, Bienvenidas sean todas las moscas, colección particular, D.R. © Brian Nissen. Foto: Jorge Vértiz, en número 93 de Artes de México, Elogio de la mosca en el arte, 2009.

La anatomía de una “broma natural”

Conscientes de que la naturaleza es cultura,“Elogio de la mosca en el arte” se suma a una serie de números de Artes de México dedicados a descubrir los vínculos poderosos entre el hombre y su entorno. En esta ocasión, la relación primigenia con la mosca y el arte se cuenta desde el siglo XV:

“La mosca apareció en la pintura como una curiosidad que no se ha podido explicar del todo. ¿Moda repentina? ¿Desafío a las normas clásicas mediante una intromisión agresiva? ¿Símbolo de un naturalismo ilustrado? ¿Emblema? ¿Broma para demostrar la habilidad del artista? ¿O, por qué no, metafísica del miedo con un exorcismo por medio de la imagen?”

En un recuento realizado por Martin Monestier sobre la presencia de la mosca en las obras europeas de los siglos XV al XVIII, encontramos algunos de los fundamentos sobre su aparición en el arte mexicano. No obstante, para llegar a su transfiguración artística, es necesario aludir a su peculiar anatomía, que tan bien llegarían a conocer los pintores italianos renacentistas, a tal grado que pintar una mosca que desdibujara los límites entre la realidad y su representación demostraba calidad y habilidad en el oficio.

Así, doce aspectos retoma Alberto Ruy Sánchez del elogio de Luciano de Samosata al insecto para explicarnos algunas de sus virtudes corporales: alas tornasol, más ligeras que una tela de la India; el canto de su vuelo; ojos saltones que emergen de un cuerpo de armadura con seis patas; su triple nacimiento: “Primero es un gusano en el cadáver de un hombre o de un animal. Pronto le surgen patas, le brotan alas, y de ser reptil se vuelve volátil”, y la doble belleza de algunas moscas que son hembra y macho a la vez.

Bruno Newman, Muerte súbita, D.R. © Bruno Newman. Foto: Jorge Vértiz, en número 93 de Artes de México, Elogio de la mosca en el arte, 2009.

Entomología literaria

Si bien la vida de una mosca es breve, su presencia ha perdurado por siglos; es por eso que de las sátiras del siglo II de Samosata, el insecto puede volar hasta la prosa y la poesía de diversos autores mexicanos del siglo XX. De ahí que Salvador Novo juzgue inverosímil que la vida de las moscas sean efímeras: “eso no es cierto, aunque lo digan los sabios. No creo que nadie se haya encontrado nunca el cadáver de una mosca fallecida de muerte natural. La verdad es que son eternas e inmortales, a menos que uno las mate”. Tan inmortales son, que han mosqueado la obra de grandes escritores, tal como Rafael Vargas lo enlista en “Yo también hablo de la mosca”: desde Guillaume Apollinaire, Miguel Ángel Asturias, Rubén Bonifaz Nuño, Goethe, la Biblia o la mitología mixe, a lo que sumaría, las moscas en Manuel Payno y en Fernando del Paso, sólo para continuar con la pesquisa del insecto en la literatura:

“Acaso no haya manera de agotar el tema y, si no se le pone a tiempo un alto a la manía de cazar moscas en cada página que se recorre —‘donde uno pone el ojo aparece la mosca’, apunta Tito— es grave el riesgo de quedarse papando moscas durante años y años”.

Mosca de madera, Guerrero, colección particular, en número 93 de Artes de México, Elogio de la mosca en el arte, 2009.

Muestra de su abundancia es el repertorio que muestra este ejemplar, en cuyas páginas las referencias a la mosca parecen entrometerse más que leerse: Ángel de Campo, “Micrós”, Augusto Monterroso, Hugo Hiriart, Aurelio Asiain, Alberto Blanco, además de la innumerable obra de artistas plásticos como Rufino Tamayo, Eugenia Marcos, Francisco Toledo o Rodrigo Pimentel.

Ya sea por medio de la palabra, la imagen o la tinta, en cada página de “Elogio de la mosca en el arte”, el insecto aparece en una bandada, lista para volar y deleitarnos con su música de alas.

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