La obsesión por el arte: entrevista con Ida Rodríguez Prampolini

Mariana Méndez-Gallardo

Ida Rodríguez fue amiga, esposa y compañera de las innumerables aventuras de Mathias Goeritz. Estuvo presente en gran parte de los momentos determinantes de la vida del artista, desde la fundación de la Escuela de Altamira, su llegada a nuestro país y las diversas vicisitudes que vivió en la ciudad de México. En esta entrevista, la historiadora de arte, Mariana Méndez-Gallardo, nos presenta una visión inesperada de Goeritz.

Ida Rodríguez y Mathias Goeritz en Santillana del Mar, España, 1948. Foto: D.R. © Fondo Mathias Goeritz. Cenidiap/INBA. D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid, en el número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014.

¿Cómo llegó Mathias Goeritz a México?

Mi compañera de universidad, Josefina Muriel, y yo estábamos becadas en la escuela de verano de Santander, en La Magdalena. Ahí también se encontraba Eugenio d’Ors —el gran crítico del franquismo en pleno auge—, quien nos llevó en una ocasión a Santillana del Mar, a las cuevas de Altamira —que todavía se podían visitar. Ahora creo que han hecho unas copias. Como efusiva veracruzana, al ver semejantes pinturas, exclamé: “¡Ay!, ¡qué maravilla!, ¡qué cosa!, ¡qué impresión!” Entonces oí una voz que me decía (estaba todo más o menos oscuro, sólo estaba iluminada la parte de los frescos): “¿Quiere usted ver la primera vez que el hombre se descubre a sí mismo?” “Pues sí, claro que quiero”, contesté. Se me acercó un señor altísimo y me dijo, “¡hínquese (entonces sólo se podía ir a gatas al otro lado de la cueva) y vamos a entrar por un túnel!” Lo seguí gateando. De repente había otra cueva; ahí estaba una mano roja con un punto. Él exclamó: “¡éste es el descubrimiento del ser; el primer momento en que el hombre se descubre a sí mismo al ver su mano y poner un punto!” Y continuó: “Estoy fundando una escuela (la que después sería la Escuela de Altamira), donde vamos a convertirnos en el primer hombre moderno; el primer hombre libre; en la que vamos a renacer”. Me impresionó y entusiasmó mucho oírlo. Salimos por fin a la luz y lo vi bien, era Mathias Goeritz. “Yo vivo aquí y fundaré una escuela, ¿quiere usted pertenecer a ella?”. Contesté: “Pero yo no pinto, ni soy escultora, ni nada; yo estudio Historia del Arte en Santander”. “La invito a mi casa. Ahí le presentaré a mi esposa”, concluyó. Le dije a don Eugenio que me quedaría, y que después regresaría en autobús.

Me quedé con Josefina, quien después se dedicó al estudio del arte colonial y conventual. En el camino, ella se encontró a su amigo Alejandro Rangel Hidalgo, pintor de Colima, quien después haría las tarjetas de Navidad que se venderían como pan caliente. Los tres fuimos a la casa que Mathias alquilaba, y que había sido la casa del marqués de Santillana, muy bonita. Rápidamente nos puso a hacer escultura. “¡Son ustedes los primeros alumnos de mi Escuela de Altamira!” Me dio un bloque de barro: “¡Haga algo!” Yo, turbada porque nunca en mi vida había intentado hacer una escultura, me puse a hacer una figura alargada. Entonces me enamoré de Marianne, su mujer; una preciosísima persona, a quien adopté como “mamá”. Nos hicimos muy amigas.

Josefina y yo teníamos planeado viajar al terminar la escuela en Santander. Marianne y Mathias nos propusieron ir a su apartamento en Madrid, y quedarnos un tiempo en España. Estuvimos viviendo alrededor de un mes en Madrid, hasta que un día recibí una carta de mi maestro, el historiador Edmundo O’Gorman. Ya me había escrito muchas cartas. Siempre me decía que tuviera muchos novios, que fuera libre, que saliera en la noche a todas partes. Pero después comenzó a decirme lo contrario: que tuviera cuidado, que no saliera de noche, hasta que un buen día, estando en un café con Alejandro y otros amigos, llegó Marianne diciendo: “Tienes este telegrama urgente”. Era de Edmundo: “¡Regresa, vamos a casarnos! Te propongo matrimonio. Te extraño mucho, te quiero mucho”. “¡Marianne, me voy mañana, consígueme un avión! Me voy, como sea”. Regresé y me casé con O’Gorman. Pero antes de ese apresurado reflejo, viajamos a París con una beca para visitar diferentes museos. Cuando nos encontrábamos en una de las torres de la iglesia de Notre-Dame llegó Nacho Díaz Morales de Guadalajara. Yo no lo conocía, pero Josefina sí. Nos dijo que había ido a buscar un maestro porque iba a fundar la Escuela de Arquitectura en Guadalajara, y quería a alguien que supiera historia del arte. Josefina y yo, de inmediato, dijimos: “pues aquí está la persona ideal. Además tiene un doctorado. Se trata de un alemán refugiado en España”. Le presentamos a Mathias; se cayeron muy bien, y lo contrató. Mathias ya no estaría en España para la fundación de la Escuela de Altamira. Se encontraba en el barco rumbo a México. Muy al principio, cuando empezaba a buscar gente para fundar la escuela, Marianne y yo lo acompañamos a Barcelona a ver a Tàpies, quien cogía un rollo de papel del baño, hacía montones de nudos, y los ponía sobre el lienzo. Luego les echaba encima pintura, los pegaba, y hacía cosas rarísimas que yo nunca había visto. Fue él quien sí asistió a la fundación de la Escuela de Altamira, junto con un grupo de artistas abstractos españoles que realizaron el proyecto de Mathias Goeritz.

Páginas 32 y 33 del número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

Después de haber estado en África, en España y de haber vivido un autoexilio de una Alemania en guerra, ¿cuál cree que haya sido la primera impresión de Mathias Goeritz al llegar a México?

Yo fui a esperarlos al puerto de Veracruz. Los recibimos en casa de mis padres. Lo que más impresionó a Mathias fueron los zopilotes. En Veracruz había un montón por la calle porque el drenaje pasaba descubierto.

¿Como en los relatos de los viajeros que llegaban a Veracruz en el siglo XVIII y sobre todo XIX (la marquesa Calderón de la Barca o Carlota)?

Exactamente, en Cuba, había buitres pero de otro tipo. Mathias tenía fascinación por ellos, se salía a la calle para verlos, y no daba crédito que esos animales anduvieran por ahí.

También le impresionó mucho la mezcla de razas, por ejemplo, los mulatos. Después de que suprimieran el barrio negro, los mandaron fuera de Veracruz, a un pueblito cercano que se llama Los Cocos; poco a poco fueron regresando a Veracruz como sirvientes. Por ejemplo, mi nana de toda la vida era una mulata maravillosa a la que queríamos mucho. ¡Era la reina del carnaval bailando rumba! Me enseñaba a bailar y me decía: “¡Mueve el tambo, mueve el tambo!” Eran preciosísimos, yo los amaba y los amo todavía.

También Marianne, quien era fotógrafa, estaba asombrada. Era una persona preciosa pero muy introvertida, creo que con la personalidad tan efusiva de Mathias, ella se quedaba siempre en un segundo plano.

Cuando fue a la Isla de Pascua, se enamoró del embajador de Alemania. Al regresar a México le pidió el divorcio a Mathias porque quería casarse con aquel hombre. Yo me encargué de llevar los papeles del divorcio al abogado. A Mathias le dolió mucho. Pero para él no había más que el arte. En el fondo, creo que no quiso a nadie más que a su obra artística, y a unos cuantos artistas, como a Pedro Friedeberg, a quien adoró toda la vida.

Páginas 8 y 9 del número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

Hay una carta publicada en Arquitectura México, dedicada a Marianne, ya fallecida, en la que Goeritz reconoce esto: que la había dejado en un segundo lugar, sin valorar su tarea tan importante, incluso para su obra, al haber sido su fotógrafa de cabecera. Ahí reconoce el buen ojo que tenía, y cómo Mathias nunca la dejó brillar… Se trata de una carta llena de nostalgia y no sé hasta qué punto de arrepentimiento. Con esto no quisiera juzgar a Mathias, lo único que quiero ilustrar es cómo percibía él su relación con Marianne años después de su muerte.

Efectivamente, yo creo que se arrepintió mucho de no haberle dado valor a lo que ella hacía, porque era totalmente egocéntrico. Estaba más preocupado por su obra y la de algunos artistas. Pero a los demás no nos hacía mucho caso; ni a Marianne, ni más tarde a mí…

Cuando se divorcian y Marianne se va a Alemania, ella me encarga a Mathias: “¡Por favor, cuídalo, es como un niño, está muy solo en el fondo! A ti te quiere mucho, eres como nuestra hija, nunca lo abandones”. Yo le hice caso a Marianne.

Al llegar a Berlín, Marianne se quedó ciega y le descubrieron un tumor cerebral. El embajador le escribió a Mathias para informarle lo que pasaba y le pidió que fuera a Berlín como testigo de su boda. Marianne, ciega y moribunda se casó con el embajador y Mathias fue el testigo de la boda.

Goeritz nació en Dánzig, el antiguo corredor polaco, por lo cual su padre pudo trasladarse a Berlín, donde ocupó un alto puesto gubernamental en el distrito de Charlottenburg. Su madre, quien era médico, formaba parte de la Cruz Roja Internacional; esto permitió que Mathias pudiera obtener el permiso de salida de Alemania, para llegar, vía Suiza, al Marruecos español en 1941.

Cuando acabó la guerra, Mathias se fue a España. Pero el nuevo gobierno lo detuvo en Granada durante tres años. La policía española no autorizó que viajara por España hasta comprobar que no había sido nazi. Entonces se casó con Marianne en Granada y, posteriormente, al obtener los papeles alemanes que lo deslindaban de haber pertenecido al Partido Nazi, se fue a Santillana del Mar en 1948.

Mathias no era una persona que hablara sobre la guerra y los traumas que ésta produjo. En realidad, detestaba hablar sobre ella. Sólo le gustaba hablar sobre arte y religión.

No quería ir para nada a Alemania. Cuando estábamos casados, fui a Berlín a dar unas pláticas. Entonces él estaba en París. Le insistí mucho que fuéramos a ver la capilla de Notre-Dame en Ronchamp, de Le Corbusier, pues él siempre hablaba de ella, le parecía maravillosa, y nunca la había visto. Pero eso implicaba tener que viajar conmigo a Alemania. Yo insistí: “Vamos a Ronchamp, no te va a hacer nada cruzar la frontera, estás muy cerca”. Al llegar a Ronchamp, Mathias se puso muy enfermo… Lo internaron en Alemania y le descubrieron el cáncer. Había sido, decía, su vuelta a Alemania la que lo había desencadenado.

Después regresó varias veces, cuando nos divorciamos. Ahí tenía unos amigos muy queridos, unos judíos que regresaron a vivir a Alemania, y a quienes visitó varias veces. Pero cada vez que iba se ponía fatal… siempre acababa en el hospital.

Páginas 60 y 61 del número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

Y su relación con la comunidad alemana en México, ¿era cercana? ¿O más bien prefirió no relacionarse con ella?

No los veía. Sólo al director del Instituto Goethe, quien, a su llegada, lo recibió muy bien, y se hicieron amigos. Pero en realidad, les huía lo más que podía. Por ejemplo, yo le pedí mucho que hablara en alemán con nuestros hijos. “¿Para qué quieren hablar ese idioma horrible?” Se reía mucho del alemán. Siempre tenía un chiste, decía: “La palabra ‘mariposa’ (¡Schmetterling!), en cualquier idioma es bellísima. Pero en alemán es ¡horrible!”

¿Cómo era Mathias como papá?

Muy desapegado. Con mi hijo mayor, Ferruccio, que acaba de morir, se llevaba muy bien, porque se interesaba mucho en su trabajo y en el arte en general. Pero con Daniel era muy desapegado. Las dos cosas que le regaló en la vida fueron la Serpiente de El Eco (que acaban de restaurar), y un cuadrito con un barco. Como Daniel había estudiado ingeniería pesquera en Veracruz, tenía un barquito, una lancha, donde salíamos —a mí también me gusta mucho navegar. Muchas veces pasábamos la noche en el mar. En ese tiempo, Mathias le regaló un cuadrito con una lanchita que tenía una bandera que decía: “Yo sé, Daniel, que no te gusta el arte”. Ésos son los únicos regalos que le hizo en la vida. A Ferruccio, en cambio, le dio mucha obra. De hecho, él fue quien organizó la exposición en San Ildefonso; incluso fue el curador. Mathias tenía una gran amistad con Ferruccio y con Pedro Friedeberg; eran sus grandes amigos. Y con Sebastián también, por un tiempo.

¿Cómo fue usted durante la relación con Mathias Goeritz, y cómo es después de ella?

Mi relación con él siempre fue buena. Cuando se fue a vivir con Bambi, ella quería casarse con él. A mí me decía: “¡no me des el divorcio, porque me tengo que casar…, y no quiero!”. Entonces le decía a Bambi: “¡No me quiere dar el divorcio!” Toda la vida mantuve una relación muy buena con Mathias, igual que Ferruccio y Daniel. Por ejemplo, cuando ya estaba muy enfermo, mientras se encontraba en terapia intensiva en el Hospital Inglés, Bambi puso un policía en la puerta para que ni Friedeberg, ni Daniel, ni Ferruccio, ni yo pudiéramos entrar. Como el policía se iba a las doce de la noche, un día fuimos

Daniel y yo a verlo después de esa hora, y pudimos pasar. Estaba despierto, se puso muy nervioso y cogió un pedazo de papel en el que comenzó a escribir (porque ya no podía hablar). Hizo una serie como de garabatos que no se pueden entender; nunca pudimos descifrar qué nos quiso decir… fue todo muy triste. Daniel guarda el pedacito de papel.

Páginas 12 y 13 del número 116 de Artes de México, Mathias Goeritz II. Pasión por el espacio, 2015. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

¿Dónde está enterrado Mathias?

En mi biblioteca. Sí, en una urna. Cuando murió, Bambi nos avisó. Daniel y Ferruccio fueron al velorio; yo no quise ir. Bambi apenas los saludó. Como a las diez de la noche se acercó a Daniel y le dijo: “Ahí te dejo a tu papá. Yo ya me voy. Hagan lo que quieran ustedes”. Se fue y los dejaron ahí solos. Entonces lo cremaron y lo trajeron aquí. Mathias está en mi biblioteca.

¿Nos puede dibujar la figura, el personaje, de Mathias Goeritz en México?

Pienso que en México fue muy mal recibido. En general, México es un país discriminador de extranjeros. Si son famosísimos, se les recibe muy bien. Pero si no, siempre se les ataca. Por ejemplo, yo recuerdo que Sergio Fernández Cárdenas, el escritor, decía que España nos había mandado la escoria del pueblo, lo peor de ese país, con los refugiados, excepto Gaos y García Bacca; todos los demás eran una “porquería” que debíamos regresar a España. De igual forma, por ejemplo, el pueblo de Veracruz es terriblemente excluyente. Yo recuerdo que en mi niñez vivíamos a dos cuadras del barrio negro. Habían puesto una muralla, y los negros estaban afuera de ella. Cuando yo era niña la quitaron, sólo quedaron unas piedras, y se podía pasar. Nosotros vivíamos a dos cuadras. Mi papá era el médico del barrio, siempre iba con las familias negras y no les cobraba nada. Yo iba a jugar siempre con las niñas de ahí, y la gente de Veracruz decía que éramos una “familia de locos”; se preguntaban cómo mi papá y mi mamá permitían que jugáramos con esa “porquería” de gente.

Los muralistas atacaron espantosamente a Mathias. Diego Rivera lo acusó de ser nazi, homosexual, pervertidor, porque venía a “pervertir a los jóvenes mexicanos”; lo pusieron pinto. El día de la inauguración de El Eco parecía romería. Yo platicaba con la hija de Diego, Ruth —la más chica, la que murió—, pues éramos amigas. Ella era la jefa del departamento de arquitectura de Bellas Artes. Como Mathias no tenía título de arquitecto, no le era permitido construir. Ruth firmó los planos de El Eco con su nombre, para que lo aprobaran, y se pudiera hacer la obra. Mientras platicaba con ella, también estaba Marianne, llegó Diego diciendo: “¡Ruth, esto es un éxito. Está todo México aquí. Tienes que decir que tú lo hiciste. Tú firmaste los planos. Entonces di que tú lo hiciste; y dile a este ‘farsante’ que se vaya!” La pobre de Ruth se puso de todos colores y le dijo: “Papá, la señora es su esposa (refiriéndose a Marianne), y ella (yo) es muy amiga de Mathias, es como la hija de ambos”. Diego, atónito, se dio la media vuelta y se fue. Cuando el barco en el que venía a México paró en Cuba, Mathias leyó en el periódico que José Clemente Orozco había muerto. Al llegar aquí, Diego y Siqueiros decían que Orozco se puso furioso cuando conoció a Mathias, pero nunca se trataron. Así solían inventar cosas contra él.

Páginas 8 y 9 del número 116 de Artes de México, Mathias Goeritz II. Pasión por el espacio, 2015. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

¿Por qué cree que la comunidad muralista, en especial Diego y Siqueiros, lo hayan tratado tan mal?

Porque él venía con otro tipo de ideas. Era el momento crucial del nacionalismo mexicano, con todo el muralismo. Diego era el patriarca; era muy poderoso, quizá más que Siqueiros. ¡Era Diego! Entonces, les parecía que este tipo de arte (el propuesto por Goeritz) no acababa de ser abstracto. La enseñanza de la Escuela de Altamira tampoco les terminaba de gustar. Lo atacaron por todos lados de una manera espantosa. Sin embargo, se trataba de un arte muy novedoso en comparación con lo que se hacía aquí. Me acuerdo que, cuando estaba casada con Edmundo O’Gorman, dimos una cena en nuestra casa. Invitamos a Justino Fernández, que era mi maestro, y a quien yo quería mucho, a otras personas y a Mathias. Él se puso a hablar de la obra de Paul Klee como la maravilla. Justino dijo: “¡Ay, por favor, esas carajaditas que nada tienen que ver con nuestros grandes pintores!” Después se puso a hablar del muralismo.

¿Y cuál era la posición política de Goeritz al respecto del nacionalismo que promulgaba el muralismo en esa época?

Bueno, él estaba contra los nazis, desde luego, pero tampoco era un comunista. Era más bien un “neutral”. En realidad la política no le interesaba. A Mathias nada más le interesaba el arte, el arte, el arte. También le importaba mucho la religión. Era protestante. En casa, invitábamos a pastores protestantes, a obispos —éramos muy amigos de Méndez Arceo—, a muchos sacerdotes de varias religiones para discutir de religión. Al ser yo católica, siempre discutíamos, hasta que me convencí de que mi Iglesia era un horror. No me volví protestante —soy muy religiosa, pero sin Iglesia, sin contacto directo, sin intermediarios…

Y como protestante de convicción profunda, ¿qué pensaba Mathias Goeritz sobre las imágenes religiosas?

Creía en la libertad de interpretación de cada persona. Por ejemplo, cuando hizo el trabajo en la parroquia de San Lorenzo, en la ciudad de México, vertió en ella toda su idea religiosa. Después, en las Capuchinas, con Luis Barragán, lo hizo también. Luis nunca le dio crédito. Pero basta visitarlo para darse cuenta que es muy Mathias: el ingreso al templo, el ábside, el diseño del altar… todo es muy de él. Creo que Mathias sufrió mucho en México, sobre todo en Guadalajara, donde casi lo corrieron después de aquella gran exposición en la que hizo una enorme escultura con sillas, junto con sus alumnos, entre los que recuerdo a Claudio Fabié, con quien después fundaríamos una escuela en Tlayacapan que creció muchísimo, y que todavía existe. A pesar de ello, Mathias nunca se hubiera ido de México. En Estados Unidos fue muy reconocido. Íbamos mucho a Nueva York, porque ahí estaban algunos dadaístas como Richard Hülsenbeck. Además era muy amigo de Rothko y de muchos abstractos norteamericanos. Sin embargo, aún si lo hubieran invitado a irse para allá, creo que nunca hubiera aceptado. Mathias siempre decía que México no era un país, sino un vicio, y que no se podía ir de aquí.

Páginas 20 y 21 del número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

¿Por qué cree usted que muchos de sus colegas, amigos y hasta alumnos no reconocieron su obra, sus ideas, o la influencia que ejerció en ellos?

Mathias era extranjero, lo cual bastó para ser discriminado. Se portaron muy mal casi todos sus alumnos, fuera de unos cuantos, como Pedro Friedeberg, que siempre le fue fiel. Pero Sebastián, por ejemplo, a quien tanto ayudó, no le reconoce nada. A Sebastián, de hecho, lo hizo Mathias.

Se ha perdido gran parte de la obra de Mathias. Le han quitado muchas cosas. Siempre hubo un rompimiento y una falta de reconocimiento de otros arquitectos a su obra. Luis Barragán fue de los que peor se portó con Mathias… es muy raro el comportamiento de los mexicanos.

Lo de Luis fue terrible. Todos lo queríamos horrores. Yo iba de Cuernavaca a la ciudad de México a dar clases a la facultad; Mathias tenía entonces un pequeño estudio en San Ángel. Siempre pasaba a verlo un rato después de mi clase, y luego me regresaba a Cuernavaca. Mientras estaba ahí, una noche me llamó Luis y me dijo: “¡Quiero que me vengas a ver, ahorita!”. Yo le dije: “No puedo, me tengo que ir a Cuernavaca. Mis hijos están solos con mi mamá que ya está muy viejita. Tengo que irme”. “Yo te mando en un coche”, dijo —porque yo me iba siempre en autobús. “Ven, por favor —insistió—, me urge que vengas. Te mando ahorita mi coche para que te traiga y te lleve después a Cuernavaca”. Entonces, mandó por mí. Mientras tanto, le dije a Mathias: “No sé qué demonios quiere Luis. Quiere que vaya a su casa con urgencia”. Llegué a casa de Luis. Había tres montones enormes de papeles en una mesa. Me dijo: “Coge un papel del montón que quieras”, y señalando uno por uno, me dijo “Éste está en español, éste otro en inglés, y éste en francés”. Yo cogí el de español. En el escrito ponía pinto a Mathias, diciendo que le había robado las Torres de Satélite; que era un proyecto de él. Le dije: “¡Luis!, ¿pero te volviste loco? Sabes muy bien que tú ni estabas aquí cuando hizo las Torres. ¡Estabas en Acapulco! Mathias las hizo en unos cuantos días en tu ausencia, por la urgencia de que vendría Miguel Alemán. Tú dijiste que las tenía que acabar antes de que viniera Alemán”.

Luis quería una fuente a la entrada de Satélite, porque ahí casi no había agua. Con una fuente al ingreso, parecería que sí había mucha agua. Pero Mathias siempre tuvo la idea de las Torres. Inclusive en nuestra luna de miel fue a ver torres en Italia, especialmente las de San Gimignano. A todos lados íbamos a buscar torres. Tenía una obsesión por las torres… de hecho, antes ya había hecho una exposición con unas torres en Nueva York.

Luis me dijo, “¡No! Repartiré estas papeletas mañana en el congreso”. “No puede ser, Luis”, le dije, “¡tú no puedes hacer eso! Tú eres un hombre muy cristiano, muy religioso; ¿cómo puedes inventar una cosa así? ¡Tú llegaste cuando las Torres ya estaban hechas!” Marianne y yo pasamos horas recortando cartoncitos, y pegando torrecitas aquí y allá… Mathias llegaba y decía: “¡no me gustan!” Así estuvimos como tres días metidos en casa de Luis, haciendo las dichosas torres. Por fin, Mathias colocó siete torres. Al siguiente día llegó Luis y también Miguel Alemán. Al verlas, Alemán dijo: “¡Precioso! ¡Me encantan! Pero hay que quitar dos porque salen muy caras”. Mathias, como siempre, defendiendo el número siete, dijo: “¡siete es importante!” “No, no. Hay que abaratar; no tengo tanto dinero”, dijo Alemán. Entonces Mathias colocó cinco torres. “¡Qué chingón eres Mathias!”, dijo Alemán, golpeándole la espalda. Así se hicieron las Torres de Satélite. Para esas fechas, Luis todavía no decía nada. Incluso pasamos la Navidad: Marianne, Luis, Mathias, Pedro Friedeberg y yo; abrimos una botella, brindamos, y todos estábamos maravillados… Luis también.

Las Torres empezaron a tener mucho éxito a nivel mundial. Las publicaron en Nueva York, en Francia, en todos lados. Yo creo que era, junto con la biblioteca de Juan O’Gorman, el símbolo de México. A Luis le entró una voracidad impresionante. Esa noche me dijo: “¡No! Yo le di la idea”. “¡Si tú querías una fuente, Luis!”, yo le insistía. “¡No! Yo las hice. Yo hice las Torres”.

Luis le quitó las Torres de Satélite a Mathias. Cuando hicieron la exposición de Luis Barragán en Nueva York, las Torres aparecían como de él. ¡Increíble…! Luego Nacho Díaz Morales, que era el que había traído a Mathias a México, y era muy amigo tanto de Luis como de Mathias, estando ya muy, muy enfermo Luis, los convenció de que fueran a un notario —el cáncer de Mathias también estaba ya muy avanzado. El notario tenía un escrito en el que se decía que las Torres de Satélite eran de la autoría de ambos, obra de los dos. Y así pasó el conflicto… Pero ya ni se reconocían… Luis ya no entendía nada, estaba muy enfermo. Luis era el padrino de mi hijo (Luis Mario Daniel). Le decíamos Luis de chiquito, pero cuando se vino el pleito con Barragán le dejamos de decir así, y lo llamamos sólo Daniel.

Páginas 24 y 25 del número 115 de Artes de México, Mathias Goeritz. Obsesión creativa, 2014. De la obra, D.R. © Mathias Goeritz, 2014. Bajo licencia de L.M. Daniel Goeritz y Galería La Caja Negra, Madrid.

¿Por qué cree usted que, hoy por hoy, deberíamos de reconocer la figura de Mathias Goeritz? ¿Qué puede representar como artista para las nuevas generaciones?

Creo que trajo y abrió nuevas perspectivas, tanto en el arte mexicano, como en la arquitectura; influyó en muchos arquitectos. En su momento, su obra fue muy importante para la juventud mexicana y para sus contemporáneos. Que no lo quisieran reconocer, es otra cosa, pero que sí tomaron mucho de él es indudable. Yo quisiera que los jóvenes lo estudiaran más, que lo valoraran y aceptaran la enorme influencia que tuvo en México, que hicieran suyas esas experiencias, que lo comprendieran más. ¡Ojalá! Espero, pero no sé… Este mundo está ya tan loco, que ya no lo sé…

Entrevista realizada en su residencia del Puerto de Veracruz, 4 de noviembre de 2013.


Texto en cariñosa memoria de Ida Rodríguez Prampolini, doctora en Letras con especialidad en Historia, e investigadora emérita de la UNAM y del SNI, fallecida el 26 de julio de 2017 .

Mariana Méndez-Gallardo es licenciada en Filosofía y maestra en Teología por la Universidad Iberoamericana; maestra en Artes Visuales con orientación en Escultura por la Academia de San Carlos, UNAM; y doctora en Filosofía por la UNAM. Desde hace más de una década se ha enfocado principalmente al estudio del pensamiento estético y espiritual de Mathias Goeritz.

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