Diego I. Vicenteño Almaguer

A Nana Ciruela

El acto de decir, de nombrar, requiere entendimiento y una apropiación de símbolos, aunque estos llegaran a ser cuneiformes. Cotidianamente transmitimos nuestra realidad a los demás; a ese otro, parecido a mí que, sin embargo, sé que no es yo. La palabra fragante nos cuenta más de lo que a simple vista podríamos prever: el lenguaje construye el mundo. Más allá de su estructura fonética, morfológica o sintáctica, nos dice también que algo vive en la palabra, que evoca la realidad y la moldea.

¿Qué pasa entonces, cuando utilizamos este poder inherente a la estirpe del hombre que es la palabra para comunicarnos con otra realidad? En La palabra fragante el lenguaje es llevado a su máxima expresión, las cosas se nombran, pero también se crean. Así, a través de los cantos chamánicos tzeltales, los indígenas de Chiapas dialogan con “otra realidad”, el mundo de los espíritus. Y al utilizar la palabra de este modo, se dialoga con una tradición antiquísima, pero también con la cosmología y ontología indígenas; se curan enfermedades y otra realidad mítica desciende, algo así como el Topus Uranus platónico donde habitan las ideas.

Peregrinación, San Juan Cancuc, Chiapas, 1990. Fotografía: D.R.©José Ángel Rodríguez, en Pitarch, Pedro, La palabra fragante. Cantos chamánicos tzeltales. México, Artes de México, 2013.

Estas enfermedades no suelen ser afecciones de un mal curable a través de la medicina moderna. El canto chamánico alivia afecciones del espíritu, ya sea a causa de un feto que no quiere nacer, la afección del jaguar, que causa a sus víctimas purulentas manchas rojas o negras, acompañadas de intensos dolores o diarreas, o la angustia psíquica a razón del rencor de un difunto. Y es que para los indígenas tzeltales la palabra es deconstructora de la realidad, y es a través de la palabra que los espíritus de la “otra realidad” pueden injuriar en contra de los vivos. En este punto, el chamán, recoge de su inconsciente la palabra que le ha sido dada en sueños, a través de distintos libros, y la externa para poder dialogar con los espíritus del “otro lado”.

El canto sucede como una “hemorragia verbal”, el chamán se encarga de evocar un libro específico para curar la enfermedad mística. La palabra es desgarradora y ocurre una necrosis del lenguaje durante el canto:

[…] Tu vista viva no tiene límites

tu mirada no tiene fin.

¿Desde dónde habrán traído

el jaguar de sus labios

el jaguar de sus corazones

el jaguar del mundo quizá?

[…] la palabra dada

el corazón dado?

[…] ¿Acaso sus lenguajes contengan “jaguar”?

Quizá sea por sus hermanos de religión

quizá tengan lecturas que estén en la palabra de dios.

Lo despedazaré para extraerlo.

 Velas de doña María Ruiz Ijk’al. Fotografía: D.R.©Pedro Pitarch.

El chamán sospecha que la enfermedad ha sido mandada por evangelistas cuando la víctima se ha reusado a seguirlos en sus creencias. Es importante señalar que a pesar de la dualidad que alterna entre lo indígena y lo europeo, los tzeltales no cavilan en utilizar elementos de ambos mundos, con el fin de poder dialogar con los espíritus causantes del malestar. De esta forma, la palabra tiene la función de ser patógeno y antídoto; pues también las ánimas que se encuentran al “otro lado” injurian, en su lenguaje, a los vivos. No necesariamente por emitir juicio y condena, también puede ser el rencor guardado de un muerto, como es el caso del Rencor de las almas muertas (slab yo’tan ch’uelelal) donde el alma de un difunto reciente debe trasladarse a la “otra tierra”, pero a causa de un resentimiento o sensación de insatisfecho se ha quedado de nuestro lado y atormentado a sus familiares, sin conciencia de esto: “Se trata, pues, de una emoción contagiosa que se deposita y apodera físicamente del cuerpo de los vivos. […] Este sentimiento –slab o’tan— es un estado complejo que puede traducirse como rencor o ira rencorosa (los indígenas los traducen al español por “coraje”)”.

Que no sufra ya este intenso dolor

que no sufra ya este gran tormento

que no padezca ya la ligera fiebre

que no padezca ya el ligero frío

por causa de su intenso rencor

de su inmensa rabia

de su gran coraje.

Ya pasaron al otro pueblo

ya pasaron a la otra tierra […]

Dios Jesucristo, padre mío […]

puedes ver que vengo con mi humilde palabra

puedes ver que vengo con mi humilde corazón

para extinguir

para apagar.

Hay que recordar que estos cantos son pronunciados en tzeltal, y que son acompañados de distintos rituales dependiendo de la enfermedad. Cuando el chamán pronuncia estas palabras, habitan el olor a sangre de un pollo recién decapitado, el incienso, copal, aguardiente, un conjunto musical, entre otras cosas. El anterior fragmento fue utilizado para curar el Rencor de las almas muertas y parece inquietante que en él se pida ayuda a Jesucristo cuando deviene de una tradición indígena; sin embargo ésta es la razón principal por la cual los cantos tienen tanta importancia en yuxtaposición con la tradición bíblica, pues en el principio fue el verbo. Finalmente, existe todavía una tradición que, a pesar de estar permeada por elementos de ambos mundos, el cristiano e indígena, sigue evocando a ese “otro lado” en el que los tzeltales depositan su fe.

La palabra fragante es un trabajo que reúne, por vez primera, la palabra de los cantos chamánicos en papel. Fragante porque construye un dialogo con la “otra realidad” y porque la sinestesia habita en estas palabras. Las fotografías de los diversos rituales llevados a cabo en San Juan Cancuc, de la cámara de José Ángel Rodríguez, nos dan cuenta de la distancia que hemos puesto entre lo terrenal y lo místico. Y, sobre todo, de la distancia que hay entre palabras. De esta manera, entendemos que a través de la palabra es que construimos el mundo, porque no tenemos otra forma de nombrarlo, de trasmitir nuestra percepción de realidad al otro y viceversa. ¿Qué otra manera habría de edificar una realidad sino fuera a través de conceptos y palabras? La manera en la que los tzeltales llevan a cabo su realidad es a través de la palabra dada, y no es distinto de la forma en la que lo hacemos el resto de nosotros.

Doña María Ruiz Ijk’al. Fotografía: D.R.©Pedro Pitarch.

 

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