Ángeles Magaña Santiago

Ella es la Sandunga pobre, la que no es afamada, / no tiene centenarios de oro ni ahogadores ni arracadas, / no tiene trajes bordados ni es la mujer alhajada, / ella es la mujer que sufre y trabaja de madrugada. / Mujeres de campesinos, de obreros y artesanos. / Ella es la Sandunga pobre, esposa de los olvidados (Jesús Ramírez).

La imagen de la tehuana viene a mi mente acompañada de la canción La Sandunga, escrita por Máximo Ramón Ortiz para su madre cuya letra reflejaba el orgullo zapoteco y el amor por una mujer salerosa, alegre y guapachosa, como dirían los istmeños. La revista número 49 de Artes de México, ”La tehuana”, dedica sus páginas a una revisión del encanto enigmático de las paisanas que se convirtieron, desde el siglo XIX, en mujeres que llamaron la atención de cronistas y viajeros para después ser el centro de atención de pintores, artistas y fotógrafos mexicanos, así como de cinematógrafos a principios del siglo XX.

Los exploradores franceses De Fossey y Brasseur dedicaron páginas de sus diarios de viaje a estudiar la gente y el territorio mexicano. Ambos se sorprendieron con las exuberantes mujeres cuyos atuendos y actitudes de igualdad eran deslumbrantes para estos hombres europeos provenientes de sociedades del siglo XIX. ¡Qué diferente les resultó el Istmo de Tehuantepec a los franceses al llegar a tierras donde las mujeres vestían una falda de enredo y un huipil corto que hablaban de igual a igual a los hombres! Esas mujeres que resultaron tener ojos y cabello seductor, y que además demostraban seguridad y firmeza.

 

Billete de diez pesos con la imagen de una tehuana que comenzó a circular durante el periodo cardenista, ca. 1930. Colección particular. 

 

A través de la historia, los extranjeros se han sentido atraídos por el Istmo de Tehuantepec y con las exploraciones y visitas, la región se convirtió en el centro de atención a partir de los dibujos, litografías y pinturas de sus mujeres: las istmeñas, esas féminas que llegaron a ser conocidas como amazonas, por su fortaleza y su autonomía al hablar y al andar.

Las tehuanas han sido identificadas por sus bellos y majestuosos trajes, que están compuestos de una falda y un huipil. Cada mujer porta un traje distinto y cada indumentaria es una historia diferente. No son sólo vestidos para una fiesta, son herencia familiar que acompaña la historia de cada mujer. Regularmente se dan de madre a hija, o en algunos casos, de abuela a nieta. Los ahogadores y aretes compuestos por monedas llamadas maximilianos son tesoros que adornan y embellecen su imagen.

Artes de México se encarga de reunir a los autores y textos que mejor nos enseñan y nos exponen la evolución externa e interna de la mujer istmeña, así como su cotidianidad y el ritual de convertirse en un mito. Miguel Covarrubias, mejor conocido como “El Chamaco Covarrubias” es uno de los artistas que reconocen e identifican a través de sus dibujos y pinturas la majestuosidad de la tehuana en su cotidianidad. El artista, originario de la Ciudad de México, encuentra, en la investigación de las actividades diarias de las istmeñas, una identidad única que ellas protegen y conservan sagradamente. En el extracto de “El sur de México”, que se reproduce en las páginas del número de Artes de México, Covarrubias describe a las tehuanas como “el tesoro más valioso del Istmo de Tehuantepec”. De igual forma, Aída Sierra nos invita a conocer el impacto de la representación iconográfica de la mujer istmeña en la historia y destaca la política del oaxaqueño José Vasconcelos basada en el rescate de las raíces indígenas y en el impulso de la cultura nacional.

 

María Luisa Zea y Lupe Vélez. Fotograma de la película La Zandunga, dirigida por Fernando de Fuentes en 1937. Colección Fototeca Nacional, publicada en el número 49 de Artes de México. La tehuana.

 

El nacionalismo se convirtió, para la mujer istmeña, en una forma de proyección nacional e internacional: su figura llegó a ser inspiración de pintores como Diego Rivera, Roberto Montenegro, Olga Costa y María Izquierdo; su atuendo fue adoptado por Frida Kahlo y el traje llamó tanto la atención de la sociedad que figuró en el billete de diez pesos emitido en el año de 1938, como parte de una política nacionalista de Lázaro Cárdenas. Fueron ellas, las tehuanas, las que con sus huipiles, faldas y ahogadores hicieron que las voltearan a ver. Serguéi Eisenstein, cineasta ruso, por ejemplo, fue atraído por la belleza y pintoresca actitud de la Sandunga.

Los textiles que envuelven a estas mujeres son especiales: el huipil es de procedencia prehispánica, el enredo se usó desde el siglo XIX y las faldas se han confeccionado con distintos materiales importados, al igual que el holán de procedencia europea, así nos lo dice Annegret Hesterberg, especialista en Historia Cultural del Textil. Hesterberg afirma que sus distintas vestimentas escenifican cada presencia que quieren proyectar. Ellas representan majestuosidad e historia en su atuendo.

La tehuana no sólo es imagen, es representación. Una mujer del Istmo no sólo viste enaguas únicas, su imagen como mujer en una sociedad machista es singular. Por eso Frida Kahlo adoptó su indumentaria. Al igual que ellas, Kahlo representaba firmeza y autonomía. Son ellas quienes se encargan de conservar las creencias y las costumbres; son estas enigmáticas mujeres quienes dominan el mercado, organizan las velas y mayordomías, y quienes han enfrentado la ausencia del hombre desde el siglo antepasado, ocupando un rol igualitario al esposo.

Este número de Artes de México nos enseña que el terciopelo, el ahogador, la enagua y el huipil embellecen la figura de la istmeña, pero que son sus rituales, actitudes, gestos y ademanes los que enmarcan a una mujer distinta, única y excepcional cuyo mito vivirá por siempre bajo el nombre de la Sandunga.

Este texto se publicó originalmente en la columna “Puntos & comas” de la revista SinEmbargo.

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