Margarita de Orellana

Entre lúdico y terrible, cada máscara ritual es un secreto conmovedor ¿Qué emociones suscitan en nosotros las máscaras de México? ¿Qué esconden? ¿Qué revelan? Preguntas difíciles de responder. Sin embargo, podemos afirmar que su plasticidad y fuerza expresiva se nos imponen. Sus gestos, a veces graves, a veces amables o humorísticos, producen un placer estético. Tanto coleccionistas o compradores de ocasión las adquieren atraídos por ese magnetismo. No siempre alcanzamos a leer todos sus enigmas, como si algo diferente a ellas mismas las rebasara. Algo que no es fácil de definir pero que estimula nuestra imaginación.

Este número de Artes de México, coordinado por los antropólogos Alessandro Questa y Johannes Neurath, grandes conocedores de las máscaras y sus secretos, busca ir más allá de su materialidad para revelar algunos de los misterios que representan, y que no siempre se ocultan a los pueblos que las producen y utilizan desde tiempos lejanos.

La Minga. Santa María Chicometepec, Guerrero, 2017. Fotografía: D.R.© Carlos Prieto.

Queremos provocar una reflexión sobre sus significados, usos y dimensiones rituales. La estética de dichas formas tan atractivas no necesariamente origina en los compradores reflexiones que rebasen esas formas. Pero quizás al conocer lo que está detrás de ellas se logre disfrutar de una forma distinta o más intensa eso que normalmente se desconoce al adquirirlas o admirarlas. Esto no quiere decir que algunos coleccionistas de todas maneras prefieran mantener el misterio y dejar de lado los saberes alrededor y detrás de éstas. Para muchos, mantener en la penumbra los aspectos más reveladores y dejarse llevar por su atractivo visual inmediato es la mejor forma de gozarlas.

En Artes de México pensamos que sumar el placer de comprender al placer de contemplar enriquece nuestros cinco sentidos y, por lo tanto, la vida de nuestros lectores. Si los mexicanos pudiéramos conocer a fondo el contexto, los usos y la dimensión ritual de las máscaras de los pueblos indígenas y mestizos, entenderíamos mejor las diversas culturas de nuestro país. El número 77, del 2005, lo dedicamos a las máscaras de carnaval de varias regiones de México. Nos acercamos a algunos mascareros, que son quienes dan rostro a los participantes de las danzas rituales y quienes conocen las tradiciones de sus propias comunidades. También nos enfocamos en la dimensión ritual, con la prevención de que, quienes vemos las danzas de enmascarados por primera vez generalmente ignoramos lo que sucede. Por eso, en esa ocasión, como en ésta, recurrimos a los especialistas, a autores que han convivido por años con diversas comunidades y que han estudiado sus maneras de organizar sus vidas, su lengua y pensamiento y, por lo tanto, las formas que crean y recrean.

Danzante ataviado de Santiago, Pantepec, Puebla, 2013. Fotografía: D.R.© Leopoldo Trejo.

Las máscaras se aprecian especialmente en contextos dancísticos, donde la música, la indumentaria y las narraciones tradicionales se conjugan para recrear el sentido último que se persigue. Esas danzas pueden relacionarse con los santos patronos, los ciclos agrícolas, la naturaleza o la muerte. Las máscaras no son, en general, retratos de los habitantes que las usan, sino de los “otros”, los fuereños, los mestizos, los diablos, etcétera. Quizás, las identidades de cada pueblo se refugian detrás de ellas para enfatizar lo que son, señalando lo que no, y lo que les parece inadecuado de ciertas conductas. Expresan su manera de ver el mundo y su propio lugar en él. También pueden ser formas de resistencia a través de su memoria ritual o una manera de visibilizar a los espíritus que desean convocar. El tema es inmenso por su diversidad y complejidad.

En esta edición, nos detenemos en las danzas y los rituales de yaquis, tepehuanos del sur de Durango, huicholes, coras, totonacos del sur de la Huasteca, nahuas de Tepetzintla, Puebla, huaves del Istmo de Tehuantepec y afrodescendientes de la Costa Chica. Cada festividad tiene sus danzas, una indumentaria característica, personajes mitológicos o legendarios propios y distintos participantes, en los que se incluyen con frecuencia a los espectadores.

Apolinar Figueroa, reverso de la máscara de flechador o neajeng. Colección Carlos Hernández Dávila. Fotografía: D.R.© Marco Pacheco / Artes de México. 

A través de sus observaciones acuciosas, cada autor nos introduce a mundos ajenos e inimaginables, y nos acerca brevemente a aspectos enigmáticos de la riqueza cultural de este país. Y, en el horizonte de esta diversidad, se vislumbra lo que todos estos rituales y sus creaciones tienen en común: la voluntad de forma, la búsqueda estética de significados de la vida por medio del arte, las dimensiones del otro México que son lecciones de vida para todos los que aprendan a escucharlas, a mirarlas, entenderlas y apreciarlas.

Niños yaquis de Sonora jugando con máscaras de cartón que imitan la estética de las máscaras chapayecas. Ilustración digital: D.R.© Esteban Saldaña.

 

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