Lo abstracto como un criterio de la realidad: la obra de Luis López Loza

Erandi Cerbón Gómez

Luis López Loza (Ciudad de México, 1939) es uno de los principales precursores del abstraccionismo en México. Su obra sugiere algo más que originalidad: despliega una filosofía en torno al fenómeno pictórico. Advierte Horacio que “siendo delicado y cauto en las palabras a elegir/ lograrás expresarte egregiamente si una colocación habilidosa tornase nueva una palabra conocida” pero que “está permitido/ y siempre estará permitido poner en circulación un nombre marcado con la acuñación en curso”. La labor artística, puesta en práctica con habilidad, no requiere aclaraciones conceptuales.

 

Los iluminados, 2015. Óleo sobre tela.

Las constelaciones de la forma, exposición presentada en septiembre de 2018 en la Galería Oscar Román, reunió el trabajo de las últimas décadas de Luis López Loza quien formó parte de la Generación de la ruptura junto con sus personajes principales: Arnaldo Coen, Artemio Sepulveda, Beatriz Zamora, Fernando García Ponce, Francisco Corzas, Francisco Toledo, Gilberto Aceves Navarro, Gunther Gerzo, Joy Laville, Jose Luis Cuevas, Jorge Alzaga, Juan Soriano, Manuel Felguérez, Mathias Goeritz, Pedro y Rafael Coronel, Ricardo Marinez, Rodolfo Nieto, Roger von Gunten, Rufino Tamayo, Vicente Rojo, Vlady, Waldemar Sjolander y Wolfgang Paalen.

La belleza, no solamente como una pretensión estética, sino como verdad, ¿qué logra?

Cambiar la vida de un hombre, eso provoca un buen cuadro.

Antes de la obra hay que conocer al hombre que la lleva a cabo, ¿qué le ha permitido una producción artística continua?

En el terreno plástico la búsqueda de la luz, la búsqueda de cosas extraordinarias, la ignorancia; pobre de aquel que, ingenuo, piensa saberlo todo porque ya no busca. La permanente persecución de la imaginación, eso; uno trabaja en el arte porque cada movimiento artístico se diferencia en la vida cotidiana.

¿Pretende llegar a obtener alguna clase de conocimiento por medio del arte?

No utilizaría la palabra arte, pienso en un objeto compuesto que se transforma en términos de imaginación para formar parte del mundo entero. Lo que vemos ahora mismo ha sido ya imaginado por alguien, pero estamos tan acostumbrados al objeto que olvidamos de donde proviene: de algo maleable que se adapta e incluso pelea con nosotros.

¿Cuál es la naturaleza de una obra como la suya? ¿Hay una belleza concreta en ella o es algo puramente abstracto?

Tiene sus raíces. ¿De que serviría que dibujara muy bien si olvido el dibujo? La sexualidad como una experiencia impactante, crecí y lei Sexus y plexus de Henry Miller y junto con Jean Genet empecé a madurar en ese concepto y con esa idea comencé a pintar y ahora el sexo como tal, surge invariablemente. Dibujé una serie de flores, que cultivo y parecían un acto sexual; sin embargo, eran mentiras, simplemente representan la naturaleza: buscando la luz, buscaban encontrarse, eso mismo da los colores.

Estación violenta, 2013. Óleo sobre tela.

Lo figurativo no es una propiedad de los objetos entonces, es una aspiración…

Es una parte que forma los objetos pero no los conforma, es muy efímero. Cuando comienzo un cuadro no me gusta, paso días pensándolo. Con el grabado sucede lo contrario porque la resistencia misma del material lo obliga a uno a ser más consciente y constante.

¿Primero es la imagen y posteriormente la idea o viceversa?

No es una imagen constante sino un pensamiento constante, pero también es un estar haciendo. Como cuando uno escribe, llega la palabra.

¿Buscó la creación?

Mi padre pintaba. Cuando se iba a buscar inspiración y volvía su pregunta siempre era ¿qué te parece? Yo estaba horrorizado porque los colores que utilizaba no existían en la naturaleza, eran mentiras; esto me condujo a buscar formas de justificar mi existencia con verdad, no es posible existir entre tanta mentira, pensaba. Un día tomando una clase de dibujo en la Academia Española el maestro me pidió que reprodujera exactamente una bola de papel atravesada por un alfiler. “Cuando lo hagas serás un artista”, me dijo. Yo respondí: “¿para qué quiere que lo haga igual?”.

 

El carácter de lo abstracto

El arte es tan antiguo como el hombre. La humanidad persiste en él como uno de los incentivos visuales que perdurarán con mayor fortaleza, donde tanto artista como espectador acaban por arremeterlo, se despierta una conciencia mutua de que las cosas gozan de algo más que de su propia provisionalidad. Ha definido Jean Piaget el “pensamiento abstracto”, pero no parece haber fuentes bibliográficas que discutan si lo abstracto tiene propiamente un carácter. La cuestión parece ser plenamente estética, defendida o contundentemente rechazada; esto depende del esfuerzo y la inteligencia con que sea elaborada la obra y adquiera el concepto de arte.

Lo que aparenta sencillez y prescinde de artificios tiene un grado oculto de dificultad. Desde tiempo atrás el arquetipo artístico irrumpió de modo menos tradicionalista en el escenario cultural, con la ya mencionada Generación de la ruptura, que propone concentrarse en los rasgos estructurales que le otorgan el carácter ficticio. Los críticos traducen lo evidente al lenguaje figurado porque aludir a la geometría sólo en su constructo teórico implicaría robarle misterio.

 

Signos IV, (10 de 50). Gráfica mezzotinta y buril.

La obra de López Loza nos somete a la abstracción, ese impulso por apropiarse del significado y distanciarse de la forma, pero que lejos de ser incompatible con la realidad o una deformación de ella, la representan. Sin dejar sus principios estéticos de lado, concilia los intereses entre su visión del mundo con lo asequible y en ambos casos se habla un dialecto que puede aprenderse.

Pensamos que una obra de arte necesita examinarse siempre mediante un laborioso ejercicio de aprehensión, pero podemos aplicar otro criterio donde coadyuve una visión verosímil y concreta de ella. El abstraccionismo ha sido un impulsor  pictórico, aunque deviene gran obstáculo de los conservadores que pretenden asentar sobre bases objetivas las composiciones y olvidan que los criterios de exactitud atañen al ámbito científico, ya que la naturaleza no es totalmente material sino perceptible. Esto reitera al arte como un concepto originario de la improvisación.

La interpretación varía según el escenario, por ejemplo, los colores dentro de un espectro cultural serán determinantes con respecto a otro, sin un fundamento equiparable; la conceptualización del color en sí misma parece problemática. No hay una guía que sirva para orientarse con una explicación fuera del ámbito psicológico, que entiende cómo operan en el imaginario.

La pintura: un compromiso entre varias exigencias en donde ninguna cede porque el formato no es deducible de una composición sino producto de ella; los esquemas perceptibles no deben forzarse, difícilmente coinciden con algún orden sugerido; en lo abstracto, lo que encontramos de concreto es en cuanto a la apreciación del cuadro como “un objeto” tangible.

 

Ilustraciones del libro de Efraín Bartolomé 3 (Azul) (IV de V PA). Gráfica mezzotinta y buril con figuras recortadas.

Se equivocan quienes creen que en una pieza se contiene algo del mundo, pero no quienes comprenden que una parte importante del mundo está representado en ella. La pintura no podría catalogarse como una forma artística de masas pero necesita de quienes certifiquen su existencia.

La eterna disputa entre lo que “es” y lo que “parece”, permite múltiples posibilidades de interpretación. Hay una escisión entre la forma y el fondo que reverbera después de cualquier producción, Maxwell adopta una postura convencional pero válida en tanto que, si solo una creación pretende la armonía, será relevante para el hombre. Se ha perdido de vista la necesidad de comprender la realidad a través de la pintura. En el transcurso de las últimas décadas esta concepción supondría una transformación, pero ha extraído el rico contenido del terreno estético con fines de lucro. Cuando menos son dos clases de artistas que predominan en el panorama: el que se detiene y el que continúa. Sin embargo, las descripciones del artista tienen que demostrarse; así sea, mientras encontremos ejemplos notables que dar.

 

El color como fundamento estético

Arthur Zajonc en su tratado “Capturar la luz” revela el ámbito de la pintura como uno que ha sido defendido para mantenerse erguido, determinado por una conexión vital entre los distintos tipos de luz natural y el espíritu humano; adaptar el ojo a un elemento fundamental, propiamente establecido en la pintura a través del color es simbólico. Parafraseando a Novalis, la luz es el genio del proceso que da el carácter, indica la intensidad, manifiesta el gesto; la luz produce fuego, sí, pero no siempre como logro imaginativo o intelectual sino perceptivo.

Cualquier composición debe legitimarse, el color se vuelve un gesto, un proceso de enriquecimiento, una acumulación de contrastes que matizan el vacio atenazador y acaban por constituirse como parte esencial. Color: una “palabra talismán” que difícilmente sería tergiversable. Esto no impide que pueda repensarse libremente cuanta teoría del color haya sido formulada, desconocemos la autoría de su definición pero se amolda al ingenio como producto del uso. Además de gusto, el color exige una motricidad muy fina para que su manejo sea afortunado. Cada obra de Luis López Loza permite una óptima apreciación que podría atribuírsele al color como estimulante, que resulta una elección, un juicio, un criterio de valor que también acaba por exigir otras cualidades.

Colores del viento, 2016. Óleo sobre tela.

El arte es presa de la pretensión del futuro como proyecto. Cualquier proyecto desea por naturaleza un futuro. Robert Chirstgau, confesando su devoción por las humanidades comenta que “no ha transcurrido un solo día sin que haya abordado el ejercicio de algún poema”. Llevar a cabo un ejercicio estético demuestra preocupación por lo bello (como sinónimo de algo sensorialmente estimulante), que justifica estas consideraciones. El anhelo de reconocimiento dirige la causa artística, pero no es suficiente la intención para que logre perpetuarse o subyacer. Que el arte devenga una parte de nuestro modo más doméstico para conducirnos por la vida, que sea vivencia. “Una gran obra de arte puede presentar melladura, pero su belleza permanece. Esta es una verdad que cualquier critico intelectualmente honesto reconoce”, advierte Susan Sontag a los eunucos que juzgan el producto final, ignorantes del proceso creativo; luego aclara que fue Oscar Wilde quien le inspiró para dictaminar esta sentencia de una suya: “Nadie que tenga una pizca de verdadera cultura habla nunca de la belleza de una puesta de sol: las puestas de sol ya pasaron de moda”.

Signos II, (10 de 50). Gráfica mezzotinta y buril.

La pintura permanece como una evidencia, quizás precisamente lo inefable sea aquello flexible y empírico del criterio. A falta de significados, al catalogarla, en este caso de abstracta, ya la estamos definiendo; como hacemos cuando interpretamos cualquier cosa que queda expuesta y sometida al discernimiento. Un producto humano que siempre parecerá estar más allá de lo fabricado por el hombre. El carácter puramente interpretativo transforma lo que ve, por vulgar que parezca, en un símbolo de belleza: imágenes e impresiones, observaciones y vivencias; fácil desprenderse de ellas apartando la mirada, no obstante quedan indeleble en la memoria, pues por mucho que aparente ser un constructo superficial es meramente interno. Quizás la única cuestión irreductible en cuanto al arte sea que requiere de alguien que lo haga posible y mientras haya quienes asuman este protagonismo seguiremos hablando de él.

 

Erandi Cerbón Gómez (Ciudad de México, 1991) tiene una formación filosófica que ha utilizado para el análisis literario y la difusión cultural. Ha elaborado tanto reseñas para la Secretaría de Cultura como ensayos para diversos medios. Actualmente publica una columna semanal en Milenio Diario.

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Fotografías: Galería Oscar Román, 2019.

 

 


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