Fabrizio Mejía Madrid

Foto: D.R. © Ernesto Ramírez, en Arqueología urbana, colección Luz Portátil, Artes de México, 2013.

El lenguaje es disidente; muta constantemente y aunque puede llegar a adecuarse a las normas con las que buscamos apuntalar momentáneamente su naturaleza evolutiva, siempre termina por encontrar su renovación. De igual forma, la ciudad, nuestra ciudad, se transforma y lo que antes parecía una edificación inmarcesible, puede no estar más en la configuración de nuestro entorno.

En Arqueología urbana, se unen ambos disconformes: ciudad y lenguaje. El primero visto por medio de las fotografías de Ernesto Ramírez, y el segundo por la auto-entrevista que se realiza Fabrizio Mejía Madrid. Reproducimos aquí un fragmento de ese discurso visual y fotográfico sobre una ciudad, que como las palabras, es fugaz, pero también sobre sus habitantes, que como apunta Fabrizio, son los curadores anónimos de la creación colectiva en la que moran.

Foto: D.R. © Ernesto Ramírez, en Arqueología urbana, colección Luz Portátil, Artes de México, 2013.

De la búsqueda del cielo en algunas ciudades: una auto-entrevista

—¿Cómo ves la imagen de la ciudad en las fotos de Ernesto?
—La veo como la ciudad a ras de tierra que es la de los peatones. Deambulas por la ciudad y, como peatón, ves el detalle, la contradicción, la alusión, la ironía de sus objetos: “si tan sólo tuviera una cámara”. El paseo visual por una ciudad se detiene en las llamadas de atención. No está preocupado por el “siga” y “alto”, sino por lo que dicen las banquetas: iniciales con corazoncitos, pinturas derramadas, grafiti, papeles pegados en un tronco de árbol: “Lurdes [sic]: eres mi angel [resic]”. El museo ha salido a la calle y la calle ha abandonado los museos. Parafraseas entonces al Principito: “Sólo el peatón puede ver bien. Lo esencial es invisible para los automovilistas”.

Foto: D.R. © Ernesto Ramírez, en Arqueología urbana, colección Luz Portátil, Artes de México, 2013.

—¿Qué es lo que piensas de lo que ves?
—El encuentro casual de un paraguas y un grafiti en una mesa abandonada en la banqueta. La tenacidad de los objetos que remedan a los habitantes de la ciudad: quedarse, unos junto a otros, aunque nada venga al caso. La despreocupación del sentido o sinsentido colectivo. La vida como acumulación, la vida lánguida del abandono, la vida como una mirada que ordena el caos del desperdicio, el encuadre sensible, atento, talentoso de Ernesto Ramírez, que transforma, de súbito, la dejadez, la broma involuntaria, en obra de arte. El instante en que la ciudad comienza a ser mirada como algo artístico. No más quejas de lo monstruosa que es, sino más elogios a lo que de única tiene su belleza profunda, la que no se ajusta a una forma y a un color, la que no se ajusta a un canon, sino que es bella porque no se parece a otra. La idea que de los deformes son candidatos a Miss Universo. Y aquí un rodeo: ¿por qué ya no decimos que una obra de arte es bella, sino que es “interesante”? ¿Dónde quedó lo bello? ¿Se hizo una homogeneidad: 90-60-90 o “esta ciudad debería ser como París”? ¿Por qué? Si todos fuéramos iguales, ya ni lo “interesante” operaría. No. Estas fotos nos recuerdan que la belleza puede continuar quitándonos el aliento. Si nadie pide que le cambien los colores a un Modigliani, ¿por qué pedir que la Doctores se parezca a Campos Elíseos?

Foto: D.R. © Ernesto Ramírez, en Arqueología urbana, colección Luz Portátil, Artes de México, 2013.

—Las fotos, Fabrizio.
—Perdón, me desvié sólo en apariencia. En esta ciudad nacemos perdidos, así que tampoco importa. Las fotos de Ernesto… son también una forma de mirar nuestra ciudad: desde la banqueta, a golpe de calcetín, en busca de la anomalía visual, ahí donde el transcurso de los ires y venires fue logrando la abstracción de colores y formas. Ahí donde una chorreada de pintura, un vandalizador de letreros, y alguien que se quedó a la mitad entre deshacerse de un objeto y tenerlo en su casa terminaron por agregarle un escalón más a la torre hacia el cielo. No hablo de la Babel presuntuosa sino de la del ciudadano de a pie como instalador plástico, como esteta desde la inconsciencia. De ese cielo que es la libertad callejera: la del signo y sus múltiples bromas. Un cielo que se busca sin querer realmente encontrarlo. Es la otra cara de Babel: una creación colectiva en la que intervienen la arquitectura, el trazado de las calles, los jardines, pero también los habitantes, los moradores de las casas que usan sus banquetas y paredes como espacios para una instalación anónima, el accidente, el abandono, que va haciendo de la ciudad algo, no para ser fotografiado en una postal turística, sino una borrasca que se acomoda y desacomoda por el paso de los millones de artistas como usuarios, estetas sentados en un huacal, museógrafos con trapito de franela, curadores como transeúntes.


Fabrizio Mejía Madrid. Escritor y periodista, sus intereses oscilan entre la política y la literatura. Colaborador de medios como ProcesoReformaGatopardoEl País.

Ernesto Ramírez. Durante más de veinte años ha ejercido el fotoperiodismo en distintos diarios como La Jornada, Milenio, El Universal Excélsior. 

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