Francisco Hernández

D.R. © Nikola Lorusso/Artes de México, 2017.

I
(Génesis)

¿El rayo contra el árbol? Mejor el fuego producido por las manos. (Dos trozos de madera, uno contra otro, con rapidez frotados). El humo entonces. Su presencia de nube. Su ardor en las pupilas. Y la fogata entera duplicándose en la superficie ventral de la caverna.

Afuera, un círculo polar con su lunático descenso.

El corazón de los presentes, dueño ya de otro ritmo, se une a la ceremonia del descubrimiento. Saltan chispas, crecen lenguas de fuego. Una mano abierta, color de sangre, se estampa contra el techo. Los asistentes gruñen, gozan. Todos se han olvidado de las sombras. Saben que éstas ya no dependen de la luz del sol para su nacimiento.

D.R. © Nikola Lorusso/Artes de México, 2017.

II
(El Purgatorio)

Orozco no podía dormir de corrido. Aprovechaba el tiempo pintando autorretratos o dibujando a encopetadas damas católicas, en el momento de pasar frente al padre eterno.

Pero cuando dormía, éste era su sueño recurrente: entraba a una cantina llamada “El Purgatorio”, entre gritos desaforados y falsetes lacrimosos.

Se tomaba dos cervezas y salía casi sordo, abrumado por la escandalera que el alcohol provoca.

D.R. © Nikola Lorusso/Artes de México, 2017.

III
(La mano y el grito)

El cambio vino una noche de 15 de septiembre. Orozco se armó de valor y decidió darse una vuelta por “El Purgatorio”, el lugar tantas veces soñado.

Desde antes de entrar se percató del escándalo: los gritos, las mentadas de madre, las canciones mal entonadas por un mariachi bastante rascuache.

Se tomó un par de cervezas y salió con una idea fija en la cabeza: comprar cohetes y lanzarlos contra las puertas del antro. Así lo hizo, sólo que con uno, la suerte le jugó una mala pasada: el cohete explotó en su mano izquierda, destrozándola por completo.

Su grito se oyó hasta Zapotlán el Grande, conocida hoy como Ciudad Guzmán.

D.R. © Nikola Lorusso/Artes de México, 2017.

IV
(Catarsis)

Orozco. Cúpula del Hospicio. Círculo délfico, pirámide, escalinata rumbo al desgarramiento.

Ascensión óptica en escorzo. Promesas a Prometeo: reviviré puntual a las antorchas y habré de nutrir a las corrientes con enrojecidos corderos nonatos.

Flechar una cabeza es otra catarsis indicada.

V
(Tres personajes)

Tres personajes con piel de pólvora. Forman un remolino: ahí se concentran su terror y su fuerza. Tres personajes amenazados por múltiples presagios. A quién los mira con insistencia, le arrojan su vómito volcánico.

VI
(El hombre en llamas)

Muerto de frío, el hombre en llamas sube al infierno. No le importan las pústulas ni los abrasamientos. Y su faz, su faz apenas entrevista, queda a oscuras.


Francisco Hernández es poeta nacido en San Andrés Tuxtla, Veracruz, en 1946. Galardonado con el premio Xavier Villaurrutia en 1994.

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