Margarita de Orellana

Tenías que ser poblana, china mía, / para llevar a México en tu gracia: / tienes, como la ardiente tapatía, / ojos de fuego y cabellera lacia. Mírate, nada más, causa alegría. Rojos como las flores de la acacia / tus labios son. Y vives de poesía, / y del amor que en el amor se sacia. Eres la reina de los jaripeos. / Saltan por donde pasas los deseos. / Una alborada enciendes cuando ríes. Y al bailar nuestro baile mexicano, / son tus menudos pies dos colibríes / picoteando las rosas del jarano.

Adolfo León Osorio, 1930

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La china poblana concentra en sí misma la esencia de la mexicanidad. Pero, ¿cómo se gestó esta figura? ¿Quién y cómo se decidió que representaría al género femenino nacional? Esas preguntas lógicas siempre surgen al enfrentarnos a un personaje tan cercano y familiar. ¿Qué niña mexicana no deseó vestirse de china poblana? Era importante sentir la larga enagua deslumbrante de lentejuelas que caía pesada al suelo, a cada paso. Las camisas bordadas de flores escandalosas, los collares de papelillo, el rebozo de bolita: los elementos del traje transportaban a esas niñas a una fantasía, pero no a una fantasía prestada, sino nuestra.

Xavier Gómez, Charra. Acuarela sobre papel. Museo Soumaya. Fotografía: Javier Hinojosa. 

Este personaje, que desde las décadas de 1920 y 1930, aparecía en todas partes bailando con su charro —en cientos de anuncios, en pintura en grabado, en teatros de revista, en el cine, etcétera— tiene muchos rostros y ninguno. No tiene edad, no sabemos cuándo nació, ni cuando morirá. También su origen es impreciso. A pesar de que durante siglos ha atravesado nuestra historia sin ser perturbada, presumiendo con garbo su ostentosa y resplandeciente indumentaria. Su presencia ha salido de un montón de imágenes, leyendas, mitos, fantasías.

Dos leyendas la han perseguido. La del siglo XVII, en donde hay quien asegura que la china poblana es una princesa de la India que fue raptada por corsarios portugueses y vendida en Filipinas a un militar poblano, quien la llevó a la Angelópolis, donde se convirtió en una visionaria fervorosa. La otra leyenda está protagonizada por las chinas poblanas o mujeres del pueblo, que en el siglo XIX, llamaron tanto la atención de los artistas extranjeros que las plasmaron en papel y en lienzos. Lo mismo sucedió a los escritores, quienes las retrataron resaltando sus múltiples cualidades. La primera —llamada Catarina de San Juan— y la segunda —que aparecía en las calles, plazas y mercados de muchas poblaciones del siglo XIX— han sido vistas como las originarias de la china poblana actual, la mujer que nos representa a todos.

María Félix durante la filmación de La china poblana, 1943. Colección particular. Reprografía: D.R.© Jorge Vértiz. 

¿Cómo se da ese salto acrobático en dos siglos? ¿Y cómo finalmente se convierte en símbolo nacional? Estas dos interrogantes, que desde hace tiempo giran en torno a estos trajes inundados de fantasía, son las que tratamos de responder en el número 66 de Artes de México. La china poblana

José Agustín Arrieta, La cocina poblana. Fotografía: D.R.©Museo Nacional de Historia, INAH, SC. 

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