Alejandra Guerrero

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No conocía al arquitecto Carlos Mijares Bracho hasta hace algunos años, cuando tuve la oportunidad de diseñar un número de Artes de México dedicado a su vida y obra. Gracias a esto pude leer textos entrañables y reconocer en ellos al hombre de carne y hueso detrás del legado importantísimo que representa su arquitectura. Junto con Verónica Gómez, entonces iconógrafa de la revista, consultamos el Archivo de Arquitectos Mexicanos en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, donde se resguarda el archivo personal del arquitecto Mijares. Ahí, revisamos carpetas, fotografías, planos, diapositivas y libretas, descubriendo el ámbito personalísimo del profesional, ese espacio que toda mente brillante requiere para lograr la productividad, pero que queda oculto bajo la grandiosidad de las obras acabadas: bocetos, proyectos inconclusos o desechados, reflexiones, textos en proceso, preparación de clases, mucho trabajo teórico.

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Y también estaba el juego: divertimentos formales, plásticos, visuales, geométricos. El arquitecto pertenecía a una generación que trazaba sus planos manualmente por lo que, inevitablemente, ahí también estaban las letras. La belleza y posibilidades de esas formas no podían pasar inadvertidas para esos ojos curiosos y sensibles; sus ejercicios tienen la impronta de quien trabaja con instrumentos de precisión (compás y escuadra), pero el arquitecto no se conformaba con soluciones fáciles o predecibles, las letras fueron un espacio lúdico que exploró con amplitud. El ejercicio que más me gustó, quizá porque también me conmovió, fue uno juguetón que realizó con los nombres de sus nietos.

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Seguramente teníamos material iconográfico para publicar tres números dedicados a su obra, pero entonces vino la oportunidad de visitarlo en su casa para revisar una pequeña parte de su archivo que aún conservaba. Nos recibió un hombre sonriente, afectuoso y accesible que nos regaló una tarde de remembranzas y curiosidades, nos mostró algunos de sus instrumentos en desuso, recuerdo que nos hizo particular gracia el curvímetro. Vero y yo salimos de ahí con el corazón llenito de admiración y cariño.

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Como si fuera una de sus obras, el número dedicado a Carlos Mijares fue construido ladrillo a ladrillo. Algunos meses más tarde, en una visita a la editorial mostramos el resultado final al arquitecto. Estábamos un poco nerviosos, pero felices de recibirlo. No hizo falta explicar mucho, quién mejor que él para reconocer lo que significaba cada detalle. Tan generoso fue en el proceso como con sus comentarios sobre nuestro trabajo y su expresión de aquel día fue una grata recompensa. Hasta el día de hoy el número dedicado al arquitecto es uno de los más significativos para nuestro equipo.


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