23 / 04 / 25
Bibliotecas de escritores
Rafael Vargas

Una biblioteca privada suele ser como una enredadera que poco a poco se apropia de los muros de los hogares de aquellos que la procuran. También echa raíces profundas en las moradas interiores de sus dueños hasta que la biblioteca y su propietario se comienzan a parecer tanto que los límites entre uno y otro se confunden.

I

¿Qué mueve a una persona a formar una biblioteca?
Se pueden proponer varias razones. La única fundamental, precisa, es muy sencilla: el gusto por leer.
El niño tiene nueve años y, de pronto, ya cuenta con doce o quince libros suyos. No los que le dan o le piden en la escuela. Suyos. Los escogió en una librería. Ahorro dos meses para comprar uno. Se lo regalaron en su cumpleaños. Un amigo se lo prestó y poco tiempo después se cambió de casa, nadie sabe a dónde se fue. Y ya lo acompañan: el saci brasileño, tinta de la pluma de Monteiro Lobato; Chingachgook, último de los mohicanos; Edmundo Dantés, conde de Montecristo; el Zarco, siempre cargado de plata, terror de los habitantes de Yautepec. Pasa parte del día con ellos. Son sus amigos. Si quisiera enlistarlos, no cabría en una agenda telefónica de bolsillo. Constantemente van y vienen. Deja de ver a unos, llegan otros. Exactamente como ocurre con las personas. A los 36 años, casi sin darse cuenta, ya tiene una biblioteca. Y su interés por un cierto tipo de obras ya se ha definido. Sus libros ya tiene su rostro y él ya tiene el rostro de sus libros. Con esa fisonomía va a envejecer.

IV

Si no todos los libros
cuando menos
he leído decenas, cientos, mil
y no lo digo, no,
por vanidad
muy al contrario:
después de tantos piélagos de letras
en el sistema vascular
adquiérense deberes máximos
y apenas el derecho
mínimo
a preguntarse con delicadeza
cuántas calladas horas
faltan aún para reconocer
el fruto verdadero,
los prístinos ecos de la lectura
sazonados aprisa por un amanecer

Rafael Vargas. Es poeta y traductor. Redactor de la sección cultural de la revista Proceso desde hace varios años y colaborador frecuente de Artes de México. Publicó en 2007 un libro en colaboración con el fotógrafo Pablo Aguinaco, El color del tiempo, en nuestra colección Luz Portátil.

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