
Al examinar la documentación antigua y moderna sobre prácticas apotropaicas o de protección en las que se utilizaron las aves o partes de ellas, se muestra que los pueblos mesoamericanos y numerosas culturas del mundo recurría a su captura, caza o domesticación. Sobre el proceso de selección con distintos propósitos, Mercedes de la Garza ha escrito: “las aves fueron elegidas por su colorido, voz, canto, francia, fuerza y, al mismo tiempo, delicadeza para ser representados en diferentes contextos, muchas veces asociadas a deidades, rituales y otros elementos de la naturaleza”. En los códices, dice la misma autora, “se han reconocido alrededor de una decena de especies, entre las que se encuentran pelícanos, fragatas, garzas, zopilotes, águilas, búhos, guacamayas, pavos trogones, quetzales, entre otras”. Antes, como hoy, el plumaje de las aves era un signo distintivo, pero también quizás el elemento más parecido: “Según algunos autores, las plumas, en la época prehispánica fueron símbolos de fertilidad, abundancia, riqueza y poder, y quienes las usaban fueron asociados con la divinidad y la realeza.
Sobre el colibrí, la autora anota: “Son las aves más pequeñas del mundo, y han sido consideradas las más sorprendentes en Mesoamérica. Tienen una apariencia frágil y delicada, pero a pesar de eso ha sido asociada a la guerra y la sangre. En sus plumas puede verse una gran diversidad de colores, y algunas de sus características más sobresalientes consisten en la forma de su pico alargado y puntiagudo para extraer el néctar de las flores. La otra consiste en su singular forma de volar -bastante parecida a la de un insecto-, ya que el rápido movimiento de sus alas le permite sostenerse en un punto exacto del espacio, dando la apariencia de estar suspendido en el vacío”.
“Por los mayas se conoce como tzunuum o dzunnun y, según referencias de Eduard Sler, en regiones de México el colibrí es llamado huitzitzilin. Pero el nombre varía de acuerdo a los colores: se le llama quetzaluitzilin, a los colores oscuros con verde metálico en la espalda y la cola; tleuitzilin al que tiene rojo cobizobillante en el cuello y otras partes del cuerpo. En zapoteca es llamado piquijñi péyo, piquijñi péyo-láo. En náhuatl, pizlimtec.
Las fuentes históricas y etnográficas, especialmente las dedicadas a la Colonia y a los procesos inquisitoriales, parecen coincidir en reconocer al colibrí como el amuleta más famosos, poderoso y dotado de una densa significación por asociarse con Huitzilopochtli, por su prestigio como instrumento de la magia erótica y amatoria y por las características morfológicas y fisiológicas del ave.
Las ideas y prácticas amatorias de indígenas, mestizos, criollo, negros y mulatos en las que el colibrí protagoniza sucesos y creencias resultaron de interés de estudiosos como Gonzalo Aguirre Bentrán y Noemí Quezada. En Medicina y magia, el gran antropólogo tlacotalpeño señala para el proceso de aculturación en la estructura colonial: “Las avecillas se cazan en días propicios con ceremonias predeterminadas y, para infundirles el este místico, se aderezan. La purificación antecede el uso y los tabúes, generalmente de orden alimentario, tórnanse más rígidos en el empleo de aves como el cuervo. El huitzitzilin, colibrí, de todas las aves, es el más buscado para motivos de atracción y, al ser tenido por mejor vehículo de la fuerza mágica, llega a llamarse pajarito de quereres. Basta traerlo consigo para que surja el efecto deseado”.
Noemí Quezada ha estudiado la magia amorosa prehispánica y colonial, los procesos inquisitoriales de la Colonia y ha dedicado importantes páginas al colibrí, como resultado de la indagación en fuentes documentales y en las encuestas que llevó a cabo en el Mercado de Sonora, en la Ciudad de México: “El huitzitzilin o colibrí, mejor conocido en el México colonial como chupamirtos y, en nuestros días, como chuparrosa, no es otra que el animal símbolo del dios Huitzilopochtli, dios de la guerra; representaba el Sol joven y activo. El huitzitzilin, símbolo primordial de la región azteca. Los puntos de contacto de Huitzilopochtli con las deidades del amor se evidencian en el ritual. En las tres fiestas a este dios, la danza era ejecutada por los guerreros acompañados de las sacerdotisas practicantes de las relaciones sexuales rituales cuya patrona era Xochiquetzal: No en vano tomé el ropaje de plumas amarillas / Porque yo soy el que ha hecho salir el Sol.
Carlos Zolla Luque. Fue coordinador de investigación del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad, PUIC, de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Diseñó y coordinó el Programa de Interrelación de la Medicina Tradicional con el IMSS-Coplamar, entre 1984 y 1987.
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