17 / 07 / 25
El país de la lucha
Orlando, el Furioso, Jiménez

¿Cómo se construye el mundo de la lucha libre? ¿Cuál es el lenguaje con el que se comunican los luchadores? ¿Qué pulsiones se desatan desde que el espectador llega al recinto? En estas páginas, el autor nos ofrece algunas coordenadas para descifrar el ritual nocturno de este deporte-espectáculo que se ha arraigado en la vida y el imaginario de sus aficionados.

La lucha libre es un espectáculo deportivo que se transformado para seguir teniendo un lugar muy especial dentro de la sociedad mexicana. Y aunque es parte de la vida nocturna de las principales poblaciones de México, este espacio se construye en otro ámbito: en las casas de los luchadores, con su familia, mientras se toman un licuado con proteínas; en las oficinas que organizan este evento y la publicitan; en los gimnasios; al fabricar los trajes y las máscaras que son los mantos sagrados con los que se atavían no sólo los modernos gladiadores, sino también los sueños de los aficionados. Acudimos a la lucha a presenciar una función de varios combates entre luchadores o luchadoras sobre un cuadrilátero preparados profesionalmente.

Los encuentros se efectúan sobre un cuadrilátero de seis por seis metros con tres cuerdas elásticas por lado -aunque desde hace por lo menos dos décadas se ha incorporado el hexadrilatero, el cual es usado eventualmente. Éste es colocado en un recinto conocido como arena o coliseo rememorando los recintos del Imperio Romano. Las bases de la lucha libre profesional son las escuelas olímpicas y grecorromana y, se fusiona además con artes marciales como el jui jutsu y las escuelas de combate.

Acudimos con frecuencia, a los cosos de lucha después de una dura jornada. Antes de llegar a la arena comienza la algarabía, y las delirantes imágenes de los luchadores reproducidos en fotografías, máscaras, juguetes, cachuchas, camisetas, adornos, calcomanías, discos, publicaciones, tazas, almohadas, etc. ¡Vaya si es todo un mundo! Tienes un lugar en él al ocupar una butaca, y es preferible ir acompañado para compartir una bebida o refrigerio. Cuando la voz del anunciador te transporta al planeta de la lucha libre, ya entradas las batallas, sin darte cuenta tomas partido por alguno de los contendientes. El asiento del espectador es la cápsula por la que sales disparado, el último lugar, la frontera entre la ilusión y el mundo cotidiano. Estás ya marcado por la cicatriz del eterno combate entre el bien y el mal, con una dosis de realidad y de fantasía. El público se comporta como en ningún otro espectáculo: es un verdadero monstruo de mil cabezas cuya participación es definitiva. El espectador mexicano hace de él un eco lejano del antiguo teatro de revista, pues las veladas de lucha no serían las mismas sin los gritos, los gestos, los desafueros y la participación de la gente que se entrega fielmente.

El luchador limpio es conocido como técnico y el que rompe las reglas de manera violenta es llamado rudo, y está destinado a ser condenado. Aunque representen para el público a héroes y villanos, todos son extraordinarios atletas. Ellos se comunican por medio del lenguaje de las llaves, contra-llaves, lances, topes y castigos. Ejecutadas las maniobras con maestría temeraria, tras horas de entrenamiento, los luchadores hacen ver fácil lo difícil, la sincrónica danza de los madrazos hace que el público siempre se pregunte: “¿se pegan de veras?” Debe hacerse una mención especial al enmascarado, una figura que ha sido atractiva para generaciones enteras, y que representa en los diseños de sus preciadas prendas las fuerzas y pulsiones naturales, sobrenaturales, animales, humanas, y cósmicos; sus batallas han enriquecido el imaginario colectivo.

El reino de la lucha libre ha sido habitado por los bautizados en la pila profana: Murciélago Enmascarado, Espectro, Cavernario Galindo, Averno, Mephisto, Septiembre Negro, El Nazi, Satánico, Gemelos Diablo, Virus, Último Guerrero, Danían 666, Blue Demon, Black Shadow, El Hechicero, Medusa o Amapola. Estos villanos se enfrentan mano a mano, en relevos sencillos, australianos (tres contra tres) o atómicos (cuatro contra cuatro) a ganar a una o a dos de tres caídas con o sin límite de tiempo. Sus adversarios son otros héroes benditos del ensogado como El Santo, Místico, Sagrado, Dr. Wagner, Tarzán López, Celestial, Solar, El Solitario, Maravilla Enmascarada, Atlantis, Aristóteles, Aníbal, Mil Máscaras, Felino, Corazón de León, Chabela Romero, Lady Apache o La India Siux, Los Guerreros de la Atlántida, Los Infernales, Perros del Mal y otras pandillas se miden con otros agrupamientos benévolos como el Sky Team, Los Calientes del Espacio, La Ola Blanca o Los Fantásticos del Ring, por mencionar tan sólo una milésima parte de la enorme estela de luchadores dirigidos y coordinados por los programadores de combate y matchmakers, auténticos titiriteros detrás de los engranajes de nuestra sociedad del espectáculo.

El tercero sobre el encordado también tiene un papel importante: el réferi, como se llama al árbitro en la lucha libre, es la pimienta en la mesa. Tiene que hacer valer su autoridad en el ring, y no se libra de ser parte del show deportivo.

La máxima emoción viene con la última batalla, la cual está destinada a los mejores exponentes del momento. El fragor del combate final se acompaña con las expresiones y sonidos del público, el esfuerzo extra de los luchadores y el resonar de los golpes y movimientos que sacuden el entarimado. Sin embargo, alguien es más fuerte, tiene más experiencias y habilidad. Mantuvo más fría la cabeza que el adversario, al que vence al mantenerlo con los hombros pegados a la lona por tres segundos, contados por las palmadas del réferi, o bien con una Llave de rendición, en el que el castigado debe expresar de viva voz al réferi su derrota, casi siempre acompañada por el alarido de los aficionados que corean el nombre del vencedor. Después de algunos retos, o de haberse cumplido lo ofrecido al público, como la caída de una máscara o una cabellera jugada en apuesta, el público desaloja la arena una vez cumplido el ritual. Todos comentan los pormenores de los encuentros y manifiestan su simpatía o antipatía, unos más portan máscaras y las cortinas de hierro comienzan a bajarse, ¡la lucha ha muerto, viva la lucha libre!

Orlando Jiménez Ruiz. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Se dedica a la investigación sobre el pancracio. Además de ser réferi de la lucha libre, en donde es conocido como Orlando, el Furioso, también es cine-cubista, documentalista, guionista, editor, curador de exposiciones, de muestras de cine y de producciones sobre la lucha libre. En Luna llena, frente a las pantallas, se transforma en el Crítico Enmascarado.

Te invitamos a que consultes nuestra-revista-libro. Licha libre II. Dos al hilo. no. 120. Disponible en nuestra tienda física La Canasta, ubicada en: Córdoba #69, Roma Norte, CDMX. También visita nuestra tienda en línea donde encontrarás nuestro catálogo editorial.