06 / 11 / 25
Los insectos en el arte prehispánico
Doris Heyden / Carolyn Baus Czitrom

La cultura prehispánica consideró a los insectos y artrópodos como encarnación terrestre de las fuerzas superiores. Por esta razón los sacerdotes solían preparar una ofrenda para los dioses, el teotlacualli o “comida divina”, “la cual era toda hecha a base de sabandijas ponzoñosas, conviene saber: arañas, alacranes, ciempiés, salamanquesas, víboras, etcétera. Las cuales recogían los muchachos (...) para cuando los sacerdotes las pedían” (Diego Durán). Los insectos eran también mensajeros de los hechiceros, por lo que Moctezuma los habría enviado, a través de los encantadores, para detener a los españoles. En este artículo dos investigadores norteamericanos estudian cómo nuestros antepasados incorporaron toda clase de insectos a su quehacer artístico y cuáles eran sus atribuciones religiosas, míticas y simbólicas.

En México, afirma Diego Durán, fraile dominicano y cronista del siglo XVI, la naturaleza entera se consideraba sagrada (1967, I:79). Las montañas, las nubes, los animales, las plantas y las flores, incluso los elementos y los astros eran tratados con respeto y, en ocasiones, adorados como verdaderas divinidades. El hombre formaba parte de la fauna y la flora del mundo, no era su dueño.
La gran variedad de representaciones prehispánicas de animales, provenientes de las distintas culturas de Mesoamérica, nos muestra perros, coyotes, monos y serpientes que, además de la exquisita belleza de su manufactura, poseen un valor simbólico enraizado en la compleja cosmovisión indígena. El perro, por ejemplo, guiaba a los muertos en su largo viaje al más allá y su ayuda era imprescindible para cruzar el río que separaba ambos mundos. Pero también hay representaciones de animales pequeños; esculturas de chapulines y de pulgas, y en los códices encontramos imágenes de arañas, alacranes, hormigas y otros insectos o sabandijas que quizá hoy nos repugnan, pero que entonces tenían otro valor. Eran elementos mágicos o religiosos, metáforas de enfermedades, alimento, medicina o ingredientes de recetas rituales. A continuación hablaremos de algunos de esos artrópodos nativos de Mesoamérica.

La mariposa

La mariposa, es quizá uno de los insectos más difundido en el arte de Mesoamérica y su presencia en el arte mexicano se remonta al periodo preclásico. Se encuentra ya en la cultura teotihuacana, en Tula, en Oaxaca y entre los mexicas. Su forma y el valor que se le adjudica varían de una cultura a otra, pero puede decirse que en México su importancia es innegable porque existen infinidad de especies.
De cualquier modo, es evidente que los antiguos mexicanos conocían muy bien su ciclo de vida y sus hábitos, pues se refieren a ellas con precisión: distinguían las tlilpapalotl (de tlilli, “negro” y papalotl, “mariposa” ), las xicalpapalotl, mariposas multicolores “como jícaras”. A los huevecillos se les llamaba ahuauhpapalotl, a las orugas ocuilpapalotl, “mariposa gusano”, y a las crisálidas, cochipilotl, “camas colgantes” (Noguera, 1977, p. 147).

La mariposa simbolizaba la flama. En algunas representaciones del atl tlachinolli –agua y fuego, símbolo de la guerra– la flama del fuego tiene forma de mariposa. En la famosa pintura mural de Tepantitla, en Teotihuacan, llamada Tlalocan por su parecido con la descripción del paraíso del dios del agua y la tierra, Tláloc, hay aves y mariposas bailando en torno a un árbol o en las ramas que crecen de una deidad central. En la parte inferior, pequeñas figuras humanas parecen divertirse en un campo lleno de vegetación donde abundan las mariposas. A pesar de que el Tlalocan de Tepantitla se identifica con este paraíso, que es parte del inframundo, se antoja ver la pintura como una representación del ciclo donde hay guerreros cuya muerte ocurrió en combate. Ahora bien, en la mitología mexicana el guerrero muerto ayudaba a cargar el Sol en su recorrido por el cielo durante cuatro años, período después del cual abandonaba esta gloriosa tarea y se transformaba en ave de preciosos plumaje o en mariposa. La mariposa de la pintura de Tepantitlan pudieron haber influido, siglos más tarde, en la creación del mito mexica sobre las almas de los guerreros y el Sol.

El alacrán

Estos artrópodos, dice Sagúan (1969, III: 275), “...son ponzoñosos, críanse especialmente en las tierras calientes, y allí son más ponzoñosos. Hay algunos pardos, otros blanquecinos y otros verdes; para aplacar la moldura de estos alacranes, usan chupar la picadura y fregarla con picietl, tabaco molido, pero mejores son los ajos majados y puestos sobre la picadura”. En efecto, el alacrán abunda en tierra caliente y su presencia en el arte popular es habitual, por ejemplo, en los diseños de textiles en Oaxaca o en forma de piñata en Guerrero. En la época prehispánica no era menos importante: por citar sólo dos casos, aparece en los códices Borgia y Nuttall (tal vez de la Mixteca Baja).

Aunque rara vez su picadura es mortal –salvo la de algunas especies de ciertas regiones– el dolor que ésta causa está asociado con ciertas deidades y mitos prehispánicos. Así, el alacrán acompaña a veces a Xiuhtecuhtli, dios del fuego, y en ciertos códices está representado con la cola en forma de cuchillo. En un mural de Cacaxtla, Tlaxcala sitio del Epiclásico con influencia maya (750-900 d.C.), se encuentra la imagen de un personaje con cola de alacrán, lo que revela un importante vínculo con la región maya. Diversas culturas de Mesoamérica retratan en su arte a este animal, pero solamente los mayas muestran dioses antropomorfos que tienen una cola de alacrán.

La hormiga

Entre las más conocidas por los aztecas, están las tlilazcatl que son pequeñas y negras, se crían en tierra fría y muerden; las tzicatanas o arrieras, también de tierra fría, que andan en batallones y destruyen la vegetación; las hormigas, rojas, también, llamadas solitarias, y las nequazcatl, que quiere decir hormiga de miel, pues tienen el abdomen lleno de una miel que, por cierto, es comestible. Algunas hormigas son ponzoñosas, como las xulab de Yucatán, cuya picadura es más dolorosa que la de los alacranes.

Tal vez la referencia más importante a la hormiga en la mitología mexica se encuentra en la Leyenda de los Soles (1975, p. 121) en donde se cuenta que en el Quinto Sol, Quetzalcóatl, después de haber creado al hombre con su propia sangre, busca la manera de alimentarlo. Entonces se encuentra con una hormiga que porta un grano de maíz y le pregunta dónde lo recogió. La hormiga se niega a decírselo, pero ante la insistencia del dios lo conduce a Tonacatepetl, cerro de las mieses. Para poder entrar, Quetzalcóatl se convierte en hormiga negra y así consigue el maíz, que entrega a los hombres.
En la tradición popular la hormiga es la responsable de los eclipses de Sol y de Luna. Los choles de Palenque y algunos grupos yucatecos creen que la citada hormiga xulab puede causar el eclipse de Luna (Thompson, 1970, p. 235). Por otra parte, el Códice Florentino (1979, I: 341) informa que para los mexicas la hormiga era un animal de mal agüero. Su presencia en una casa era signo de que algún enemigo malévolo y envidioso la había mandado para causar enfermedad, muerte, pobreza y ansiedad a sus habitantes. Se encuentran pocas representaciones de hormigas en el arte prehispánico, acaso por ser tan pequeñas. La excepción es el Códice Florentino (1979) ya citado, en el que se ilustran varias escenas donde aparecen estos insectos.

La araña

Como en el caso de las hormigas, los mexicas distinguían una variedad importante de arañas. Entre las más conocidas están la tlazoltocatl, tequantocatl, de color negro y ponzoñosa, y la llamada tocamaxaqualli, que literalmente significa “masa pulverizada de arañas”, también venenosa. Pero la más conocida por su ponzoña y su forma, aún hoy día, es la tzintlatlauhqui, que quiere decir “abdomen rojo”. Se la conoce también como chintlatlahua, casampulga, viuda negra araña capulina, por su parecido con el fruto del capulín, de color negro.
En el mundo prehispánico la araña se relacionaba con la noche, la tierra y con varias divinidades femeninas, entre ellas las patronas de las hilanderas y las tejedoras. También era uno de los tres animales asociados con Mictlantecuhtli, el señor de los muertos del Mictlán, y con otros dioses infernales.
La única pieza prehispánica conocida que representa una araña procede de Colima. Está modelada en arcilla roja pulida. A pesar de tener seis patas en lugar de ocho, por su forma y postura no hay duda de que se trata de un arácnido. Es impresionante por su realismo y belleza. Seguramente formó parte de una ofrenda funeraria, en una tumba de tiro, con el propósito mágico-religioso de que acompañara el alma del muerto en su viaje al más allá.
Por otro lado, en los monumentos de piedra de los aztecas es frecuente encontrar arañas representadas al lado de otras figuras, como los monstruos tzitzimime que, según se creía, habrían de devorar a la humanidad cuando el mundo llegara a su fin.

Doris Heyden. Investigadora en historia y religión antiguas de México en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Fue curadora de la Sala Teotihuacan del Museo Nacional de Antropología.

Carolyn Baus Czitrom. Arqueóloga e investigadora desde 1983 y curadora en el Museo Nacional de Antropología.

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